domingo, 6 de febrero de 2011

continuación del Capítulo 2 y parte del Capítulo 3

La luz se colaba por las ventanas de mi habitación, que tenía las cortinas descorridas. Mi habitación… Pensaba en ello con naturalidad, aunque lo cierto era que no sentía que nada de aquello me perteneciera.
Por un instante me quedé mirando la claridad del cielo soleado a través de las ventanas. El clima jamás estaba de acuerdo con mi humor; aquel era el sábado 31 de julio, el día en que mi hermano se mudaba a Berkeley.
La naturaleza humana nunca me había parecido fascinante antes, siempre repitiendo los mismos patrones de conducta, los mismos errores una y otra vez. Ahora me daba cuenta de que yo era simplemente un humano más, con aquellas mismas características que tanto me gustaba criticar de nuestra especie y ahora era cuando me parecía nuestra naturaleza, si no fascinante, al menos sí interesante, por ejemplo, el hecho de que mi relación con mi hermano estuviera en la cima justo cuando él tenía que partir… pero apostaría lo que fuera a que si no hubiera sido por el hecho de que se iba, nuestra relación jamás habría tenido ningún cambio.
Pero algún día iba a recuperar a mi hermano, de eso estaba segura.
Me levanté con lo hombros caídos y salí de mi habitación en pijama —o sería más adecuado decir “ropa para dormir”, pues sólo se trataba de un camisón que me venía diez tallas más grande, agujereando y viejo, que había pertenecido a mi padre, y un corto short deportivo—. Caminé hasta la habitación de Karl y lo encontré ahí, mirando de forma ausente el cielo a través de la ventana. No tenía que empacar, puesto que nos acabábamos de mudar a esa mansión y ya todos sus libros —en eso consistían más de la mitad de sus pertenencias— se encontraban empacados en cajas, exceptuando sus tres favoritos, que siempre llevaba en su maleta de mano,
Me paré en el umbral de la puerta y lo observé en silencio, recargada en mi costado contra el marco de madera hasta que se percató de mi presencia. Sonrió y caminó hacia mí; me di cuenta entonces de que me había echado a llorar.
Era algo curioso lo hermosa que me parecía la sonrisa de mi hermano, iluminando todo su rostro. Era extraño verlo sonreír tan seguido, pero estaba segura de que podía acostumbrarme a aquella cálida sonrisa.
Me abrazó y me dio un beso en la cabeza.
—Alexia, últimamente no pareces tú misma. ¿Desde cuándo tienes emociones? —bromeó, arrancándome una risita patética.
Me tomó por los hombros y me alejó de su pecho para ver mi rostro.
—Ya no llores, Alex, no es un “adiós para siempre”.
—Pero me vas a dejar sola dos años con mi madre, George, Jack y Derek. ¿Cómo se supone que sobreviva sin ti, Karl?
—¡Cómo lo has hecho todos estos años!
—Pero siempre te he tenido conmigo, es por ti que no me sentía tan sola… y ahora… ¡Y ahora! —Rompí en sollozos.
Mi hermano rodeó mis hombros con un brazo y caminó hasta la cama.
—Siéntate un momento —dijo, mientras se acercaba hasta la mesa redonda que había en su cuarto, idéntica a la del mío, y sacaba un libro de su maleta de mano, que se encontraba sobre esta, después volvió y se arrodilló en frente de mí—. Ten. —Me entregó El umbral de la noche, el libro que él había estado leyendo en el hotel.
—Pero es uno de tus favoritos —dije atónita.
—Lo sé, y lo quiero de vuelta algún día. Es un préstamo y mientras lo tengas, cada vez que lo leas y vagues por esos relatos fantásticos, quiero que recuerdes que tú y yo nos vamos a volver a ver algún día, más o menos dentro de dos años. ¿De acuerdo?
Un nudo en mi garganta me impidió responderle con mi voz, así que sólo asentí y lo abracé de nuevo.
—Te quiero —le dije con una exhalación, más que con la voz.
—Y yo a ti —respondió. Estuvimos abrazados un largo rato, hasta que finalmente ambos suspiramos y nos separamos—. Serán más o menos seis largas horas de Los Ángeles a Berkeley en el auto, así que será mejor que me marche. El chico con el que compartiré el departamento me espera antes de las ocho de la noche.
Asentí y apreté contra mi pecho el libro que me acababa de entregar.
—Prometo que lo cuidaré con mi vida —le dije, con la emoción desbordándose en mi voz.
—Más te vale —bromé, alborotándome los rubios cabellos. En ese momento Alfred irrumpió en la habitación con un carraspeo y su seriedad habitual.
—El auto acaba de llegar de la agencia, puede llevar ese en lugar del de su madre, ya que ha llegado a tiempo.
—No es necesario —dijo Karl—, además no creo que tenga espacio suficiente para todas mi cosas. Prefiero llevarme la vieja Suburban de mi madre.
—En ese caso permítame ayudarle a bajar todo y meterlo a su automóvil —dijo Alfred con un asentimiento.
—Lo agradecería —finalizó Karl, levantándose del suelo donde estaba arrodillado y comenzando a movilizarse.
—Yo también voy a ayudar, sólo iré a dejar el libro a mi cuarto —puntualicé. Karl asintió y entonces salí corriendo a mi habitación.
Dejé el libro en la cama y me dispuse a regresar a la habitación de mi hermano, pero al salir me encontré con Jack, recargado junto al umbral de la puerta de mi habitación. La sorpresa que me provocó me robó el aliento y me hizo detenerme a medio paso.
—Jack…
—Alex ¿vas a ayudar a tu hermano a empacar sus cosas en el auto?
Asentí y seguí caminando, dejándolo atrás.
—¡¿Quieren más ayuda?! —preguntó su voz a mis espaldas, un segundo después de que cruzara la puerta de la habitación de mi hermano.
—¿Ese es Jack? —preguntó Karl, al escuchar su voz.
Respiré profundo y asentí. No pude evitar el poner los ojos en blanco, apenas logré contenerme de rechinar los dientes. Jack se paró detrás de mí y dijo:
—¿Quieres ayuda para subir todo esto al auto?
—Claro —dijo Karl con entusiasmo.
Empezamos a cargar las pesadas cajas hasta el auto. En la sala, acostado en el sofá de tres piezas, estaba Derek jugando con su PSP, como de costumbre. Nos miró al salir del pasillo, cargados de cajas.
—¿Ya te vas, Karl? —preguntó.
—Ya, en cuanto termine de subir esto al auto —contestó mi hermano sin detenerse.
—Si quieren puedo ayudar —ofreció Derek, levantándose del sofá y preguntándome con la mirada si podía.
Le sonreí y asentí.
—En el cuarto de Karl aún quedan como ocho cajas —dije, señalando con un movimiento de cabeza las escaleras.
Se fue corriendo escaleras arriba entonces. Casi habíamos acabado cuando mi madre apareció en la cima de las escaleras, vestida con un elegante vestido negro que la hacía ver como si fuera a salir. Karl y yo la miramos, y después cruzamos miradas entre nosotros. Vi a mi madre suspirar y luego bajar las escaleras y dirigirse a Karl.
—¿Ya te vas? —preguntó.
No resultó extraño escuchar su voz diciendo esas palabras, pues la había escuchado hablar con George usando más que unas cuantas palabras, lo que fue realmente extraño fue que hizo una pregunta, y la pregunta iba dirigida a Karl.
Mi hermano, al igual que yo, tenía la boca abierta. Una mosca podía entrado y salido con facilidad de nuestras bocas y posiblemente nosotros apenas lo habríamos notado. Los ojos verdes con los que nuestra madre miraba a Karl eran impasibles. No mostraba emoción alguna, pero seguía resultando milagroso el hecho de que le hubiera preguntado algo a Karl. Me di cuenta de que llevábamos casi treinta segundos en shock y Karl no había respondido nada, entonces carraspeé para despertarlo.
Mi madre asintió, cerrando los ojos un momento, ya al abrirlos vi un relámpago de afecto, una expresión tan fugaz que no estuve segura de no haberlo imaginado.
—Que tengas un buen viaje —dijo, entonces besó la mejilla de mi hermano y se retiró, perdiéndose de un pasillo de tantos.
Karl me miró con los ojos bien abiertos, como platos.
—Júrame que no me imaginé eso —dijo.
Negué con la cabeza y encogí los hombros, aún medio estupefacta, entonces Karl sonrió.
—Supongo que mi partida tuvo en mi madre más o menos el mismo efecto que tuvo en ti y en mí.
Le devolví la sonrisa.
—Supongo.

En ese día, a las once y media de la mañana, mi hermano me dio un fuerte abrazo antes de subirse al auto.
—Nos vemos —me dijo al oído, me dio un beso en la mejilla y después se separó de mí.
No quería llorar con Jack, Derek y Alfred observándome, pero no pude evitarlo al escuchar el motor del auto al encenderse, anunciando su ya inevitable partida.
—Te quiero, hermana. —Se despidió moviendo la mano mientras desandaba el camino por donde había llegado la camioneta desde hacía dos días.
Sentí un brazo alrededor de mis hombros en cuanto la Suburban estuvo fuera de mi visión. Giré mi cabeza para ver de quien se trataba. Era Derek. Me dedicó una sonrisa insegura y después limpió unas cuantas lágrimas del millón que se escapaban por mis ojos.
—¿Desde cuándo tan confianzudo conmigo? —dije, medio en broma, al tiempo que lo abrazaba. Necesitaba ese apoyo más de lo que yo misma me había dado cuenta.
—Desde que me parece que tienes corazón…

Después de la partida de Karl, Derek significó un apoyo indispensable para mí. Se había convertido en mi primer amigo, y era la primera persona de mi edad con la que había conversado largas horas hablando de mí misma, y también escuchándolo hablar sobre él.
Ese día, cuando Karl se fue, nos habíamos ido a mi cuarto y habíamos permanecido ahí todo el sábado. Derek le había pedido a Alfred que le dijera a las mucamas que nos llevaran la comida al cuarto, así que no tuvimos que salir para nada.
Una de las muchas cosas que había empezado a apreciar de Derek era, que mientras estaba con él y tenía una excusa de ocupación, Jack no rondaba tanto alrededor, como sí solía hacerlo cuando me encontraba sola.
A la hora de la cena, yo seguía comiendo en la mesa redonda de mi cuarto cuando Derek ya había terminado. Se había ido a acostar en mi cama y, al hacerlo, se encontró con el libro de mi hermano.
—¿Este es el libro que Karl tanto leía en el hotel? —preguntó.
—Sí, lo es —le contesté, limpiando mi boca con una servilleta de tela una vez que terminé mi comida.
—Es muy curioso como las personas empiezan a llevarse mejor cuando se ve el fin cerca ¿no?
—Estaba pensando en eso esta mañana. Me di cuenta de que gracias a mi frialdad desperdicié once años, en los que habría podido tener una buena relación con mi hermano, siendo desconfiada y rencorosa, en lugar de hacer algo para ser feliz.
—Bueno, en realidad ambos eran niños, Alex. No creo que hayas tenido aún la capacidad para darte cuenta de tu poder de cambio en ese tiempo. Creo que sólo te hacía falta sentirte comprendida, pero como jamás hablaste con tu hermano… —Encogió los hombros con aspecto pensativo.
—Creo que quien más resintió aquella época fue Karl. Yo era apenas una niña de cinco años, supongo que me acostumbré al silencio, pero el ya tenía siete… —Suspiré—. Es horrible como los hijos sufren por los errores de los padres, pero ¿sabes? En parte entiendo a mi madre. Durante toda su vida la única persona que fue su escape fue mi padre, entiendo su devastación frente a su muerte.
Derek asintió, mirando el cielo nocturno a través de las ventanas. Me levanté de la silla y abrí una ventana, dejando que la brisa corriera por el cuarto.
—La historia de tu madre es muy triste. ¿Cómo era su vida antes de ser adoptada por lo Kennedy? —pregunté.
Respiré profundo y miré el suelo.
—En realidad no lo sé. Siempre hemos sabido antes de ser adoptada, pero de antes de eso lo único que sabemos es que sus padres murieron en un incendio.
Hubo silencio por unos minutos.
—Yo en realidad no sé mucho de mi padre o mi hermano, lo que sé de mi madre son cosas que Alfred me ha contado —dijo.
—¿Alfred? Parece un tipo muy serio —comenté, mientras trataba de imaginarme a Alfred en una conversación. Siendo honesta yo no era la persona más conversadora del mundo, pero Alfred parecía ser aún más serio que yo.
Derek se echó a reír y sonrió.
—La verdad es que es sólo en apariencia, pero Alfred es una de las personas más bondadosas que conozco —aclaró Derek.
—Pues no me lo habría imaginado nunca. —Sonreí.
Sonreír se me estaba haciendo ya una costumbre. Yo había cambiado mucho en poco tiempo, y creía que en gran parte, además de la despedida con Karl, se debía a que Derek se había mostrado muy amable conmigo. No me había dado cuenta hasta ese instante, pero me sentía muy agradecida con él, y no se lo había hecho saber.
—Por cierto, Derek… Gracias por todo.
Me miró a los ojos con expresión confundida, frunciendo el entrecejo, para después preguntar.
—¿Gracias?
Respiré profundamente y me di la vuelta, recargando mis codos en el alfeizar de madera de la ventana que acababa de abrir, para evitar la mirada de Derek. Era nueva en expresar más emociones cálidas que frías y, aunque me estaba saliendo de maravilla con mi hermano, si otras personas me veían me sentía avergonzada, como cuando en la mañana no había querido llorar en frente de Alfred, Jack y Derek. En cierta manera también me avergonzaba si Derek veía mi cara mientras le agradecía, me sentía demasiado descubierta.
—Gracias por haberme hecho sentir menos sola el día de la boda. No lo sabes, pero ese día lo que dijiste… no sé… creo que me vi a mi misma en ti y me sentí conmovida, despertaste aquello que pensé que sentía. Pero eso no es todo, también me di cuenta de que a pesar de que tu vida también ha sido trágica tú no te has dejado vencer por la tristeza. Creo que muchas de las decisiones correctas que he tomado últimamente se deben  a la charla de aquel día, en el que me hiciste escucharte. Por eso y por ser mi primer amigo, gracias, Derek. —Al decir todo aquello me sentí más liviana.
Escuché detrás de mí el ruido de la cama cuando Derek se levantó y apagó la luz, después sus pasos acercarse hasta donde yo estaba. Se recargó también en el alfeizar, a mi lado derecho. Giré la cabeza y lo miré un segundo. Él observaba la noche.
—Se aprecian más las estrellas del cielo con las luces apagadas ¿no lo crees? —me preguntó.
—Sí, porque no hay nada que las opaque —contesté.
—No hay de qué- En realidad me caes bien, Alex, y creo que podremos ser bueno amigos a partir de ahora.
Después de que Derek dijera eso no hubo más palabras. Nos quedamos en silencio, observando el manto del cielo nocturno, que alguna vez había comparado con mi vida, por la oscuridad que existía en ambos, pero esa noche vi el cielo con un millón de puntos luminosos.
La noche, a diferencia del clima, siempre estaba de acuerdo conmigo…



Capítulo 3

Pasó una semana más y pronto estuvimos a un día de la escuela. Ahora sólo me faltaban dos años para graduarme e irme a Berkeley con mi hermano.
Fue en esa semana que pasé con Derek en la que me puse al tanto del futuro de mi vida. Ingresaría al instituto Ross, que era uno de los más cercanos a la zona… o lo más cerca que se podía encontrar de la apartada mansión. Junto con Derek había comprado los útiles escolares y una mochila negra con un diseño algo gótico que, según Derek, iba de maravilla con mi personalidad.
Jack tenía diecisiete, y él estaba sólo un grado arriba de nosotros, así que también estaría en nuestra escuela, lo que me decepcionó parcialmente, aunque por otro lado quería comprobar algo…
Y así, el lunes, Jack Derek y yo, nos iríamos desde las seis de la mañana al instituto Ross, en el auto que George había comprado para mi hermano, pero que este había rechazado. George, por cierto, casi nunca estaba en la mansión. Según me había contado Derek, la mayoría del tiempo se la pasaba viajando, atendiendo distintos comercios que tenía por todo el mundo, y se había ido dos días después de la boda porque, precisamente durante los preparativos de esta, había tomado un largo descanso y había desatendido su trabajo. Y mi madre, al igual que George, brillaba por su ausencia, aunque dudaba que sus razones fueran de trabajo.
Al menos en la mansión ya habían conectado teléfono, internet y televisión por satélite, pero no era como si me faltara entretenimiento. En realidad me gustaba explorar los rincones de una mansión tan enorme. Según tenía entendido, no se había colocado electricidad aún en todos los cuartos, sólo en la sala, la cocina, dos estudios —tenía siete en total—, gran parte de los cuartos del segundo piso y el comedor en el que me había perdido la primera vez que estuve ahí; todo esto sin contar innumerables pasillos.
En la última semana de vacaciones había logrado descifrar una buena cantidad de los laberínticos pasillos en compañía de Derek, sin embargo, los lugares que más me intrigaban eran aquellos en los que ni siquiera se había instalado electricidad. También me había percatado de que existía una azotea que tenía una pequeña ventana redonda que se podía observar desde afuera de la mansión, pero aún no sabía cómo subir hasta allí. Había decidido que una de mis metas sería encontrar el camino hasta ese lugar.

Finalmente, muy temprano en la mañana del lunes, nos subimos al Mercedes negro en el que Jack conduciría a la escuela. Derek estaba muy animado y conversador. Yo seguía siendo muy callada a pesar de que había cambiado mucho, aunque probablemente hubiera participado un poco más en la plática si, durante todo el trayecto, la presencia de Jack en el auto no me hubiera estado crispando los nervios; por esa misma razón sólo me limitaba a sonreír, asentir y hacer uno que otro comentario mientras Derek hablaba de lo genial que iba a ser la escuela para mí ahora que era más amable. Me dijo que haría millones de amigos y que también lo tendría a él para ayudarme a hacer todo eso realidad.
Asentí a todo eso mientras observaba la animada cara de Derek, peor por un momento giré mi vista hacia el frente y vi los ojos de Jack observándome por el espejo retrovisor. Fue apenas un relámpago, pero la mirada que me dedicó me heló la sangre…

Llegamos al instituto; era enorme. Los chicos y chicas uniformado de veían como una masa de gris y blanco —con unos cuantos colores variados gracias a las mochilas y algunas chamarras— subiendo las escaleras de la entrada, hasta llegar a las puertas de madera, que tenían cierta elegancia. Había un estacionamiento para estudiantes en el que Jack dejó el auto aparcado.
—Tenemos que buscar nuestro horario y nuestro casillero. ¿Vamos juntos a la oficina de coordinación? —me preguntó Derek, mientras yo, distraída, movía mi vista en todas direcciones.
Era la primera vez que estaba en una escuela privada y me parecía interesante el estar vestida como todos alrededor. Las faldas de tablones y los pantalones eran grises, al igual que los chalecos que algunos llevaban. Los chicos llevaban una corbata y las chicas un moño alrededor del cuello, ambas cosas de color azul marino. Por mi parte, con la falda y el moño no tenía problemas, pero las zapatillas eran muy incómodas.
—Tierra llamando a Alex —dijo Derek con insistencia hasta que captó mi atención.
Sacudí la cabeza.
—Lo siento. ¿Qué me decías? —dije avergonzada.
—Que Jack se adelantó ya. Tenemos que ir a la coordinación por el croquis y nuestro horario.
—¡Oh! Sí, vamos… —Y dicho esto nos pusimos en marcha.

La coordinación era una oficina elegante al final del primer pasillo, que se encontraba al traspasar las puertas de la entrada. La secretaria, una mujer hermosa de negros cabellos y ojos miel, nos entregó lo que necesitábamos.
—Antes de empezar las clases va a suceder la ceremonia de inicio del siclo escolar, así que por favor diríjanse al auditorio —nos dijo la mujer.
—Gracias —contestó Derek, y entonces me dedicó una mirada emocionada.
Salimos de la oficina, primero en busca de nuestros casilleros, para dejar los pesados libros. Nuestros casilleros quedaban uno al lado del otro, lo que Derek consideró afortunado.
—¿Cuál es tu primera clase? —me preguntó en cuanto cerró su casillero, después de haber guardado sus libros en él.
—Matemáticas —dije, mirando el papel en mi mano—. ¿La tuya?
Frunció la boca en una mueca de decepción.
—Historia —contestó, luego extendió su mano hacia mí—. ¿Me dejas ver tu horario? —Asentí y le entregué el papel—. Tenemos juntos francés y educación física.
—¿Francés? ¡No sé nada de francés! —dije, ahora algo nerviosa.
—No te preocupes, yo te ayudo con eso —me dijo, mientras me regresaba el papel de mi horario—. Hay diez minutos entre clases, así que probablemente nos veremos aquí seguido. De cualquier manera ¿nos sentamos juntos en el descanso? Según el croquis hay una cafetería enorme.
Asentí, entonces los altavoces sonaron con una voz masculina y ronca, diciendo:
Favor de presentarse en el auditorio, el discurso comenzará en cinco minutos.
—Habrá que apurarnos —dijo Derek, echándole una ojeada al croquis. Tenía cara de confusión—. Creo que es por allá —señaló un pasillo.
—¿Por qué no mejor seguimos a aquellos estudiantes? —le pregunté, señalando a un grupo mixto que parecía saber a dónde se dirigía.
Se echó a reír.
—Buena idea.

El discurso del director duró cuarenta minutos. Expuso claramente las reglas del colegio, especificando que no se permitían tatuajes, perforaciones, cabellos teñidos o con peinados extravagantes, uñas pintadas ni maquillajes exagerados, etcétera. También le daba la bienvenida a los alumnos de nuevo ingreso y decía que esperaba que se sintieran cómodos.
Y finalmente, después de los cuarenta minutos más aburridos de mi existencia, el director Skinner dijo que podíamos retirarnos a nuestras clases. Derek y yo nos separamos, y fue así que me dirigí a mi clase de español, ya que matemáticas había sido sustituida por el discurso.
Los salones eran amplios y elegantes, con pupitres de madera que no tenías un solo rayón en ellos. Vi uno desocupado en la última fila, al lado de una ventana, así que me apresuré para obtenerlo. Miré alrededor; parecía que ya todos se conocían y me sentí fuera de lugar. Me había llevado el libro de mi hermano, así que, en lo que llegaba el profesor, lo saqué y empecé a leerlo.
El umbral de la noche —dijo de repente la voz de un muchacho.
Miré hacia el frente y me encontré con un par de ojos castaños que no me miraban a mí, si no al libro que estaba descansando en mis manos. Mi reacción automática fue pensar en ignorarlo, pero me recordé a mí misma que ahora iba a ser más amable, así que tragué saliva y asentí.
—¿Te gusta Stephen King? —me preguntó el chico con una sonrisa.
—No me disgusta, pero en realidad el libro es de mi hermano —contesté con mi voz fría. Me costaba ser amable con un desconocido. Pareció intimidarse un poco.
—¿Tu hermano también estudia aquí? —preguntó, ahora un poco más cohibido.
Apreté los dientes e hice un esfuerzo por sonreír. Me ruboricé al hacerlo.
—Él ya está en la universidad, se fue a Berkeley la semana antepasada.
Me sonrió de nuevo y me sentí aliviada de no haberlo asustado.
—¿Puedo? —me preguntó, señalando el libro.
Cuando el chico hizo eso me encontré en un debate interno. En realidad no quería prestarle el libro de mi hermano, pero si no lo hacía probablemente pensaría que era grosera, así que tomé una gran bocanada de aire, extendí el libro hacia él y se lo entregué.
—Yo también soy fan de Stephen King. ¿Has leído Carrie? —me preguntó.
—Sí, mi hermano tiene ese libro también. Pobre chica —dije, recordando la trágica vida de la protagonista.
—En realidad creo que al final exageró matándolos a todos. Si hubiera sido yo, sólo hubiera matado a los miserables que me hicieron la vida de cuadritos —comentó, mientras ojeaba el libro—. Creo que este libro lo he visto en la biblioteca de mi padre. Lo buscaré para leerlo, se ve interesante.
Me entregó de vuelta el libro y volvió a sonreír.
—Por cierto, mi nombre es Sean. —Me tendió la mano.
—Alex. Un placer conocerte —dije, ahora sonriendo con más facilidad, aunque aún ruborizándome. Empezaba a preguntarme si quizá yo era algo tímida. Antes había sido solitaria, pero ahora que convivía con otra personas me costaba algo de trabajo ser amable, lo cual no era extraño en realidad, lo extraño era que me avergonzaba.
El profesor de español entró en el salón justo después de haber soltado la mano de Sean.
—Bueno días, jóvenes. —El profesor tenía cara de no haber dormido en toda la noche.
—Buenos días —coreó la clase en respuesta.
—Veo que hay muchas cara familiares aquí. Espero que hayan disfrutado sus vacaciones, porque habrá mucho trabajo. Voy a pasar lista, los que son nuevos se presentarán después de esto —dijo, después prosiguió a sacar unas carpetas de su portafolio e ir diciendo los nombres, uno por uno.
Yo miraba ausente la ventana cuando Sean llamó mi atención.
—Alexia ¿no? —me dijo en voz baja.
Cuando giré mi cabeza para verlo todo el mundo me observaba. El profesor arqueó una ceja y dijo:
—¿Alexia Blare?
—¿Blare? —pregunté. Entonces recordé que ahora tenía el apellido Blare, de la familia de George, y no Kennedy, el de mi padre—. ¡Ah, sí! Alexia Blare, soy yo.
Todos se echaron a reír en ese momento.
—Creo que es verdad que las rubias son estúpidas —dijo la voz de una chica que se sentaba en la primera fila—. No puede recordar su propio nombre.
Se echó a reír y un grupo de chicas la corearon. Entrecerré los ojos y rechiné los dientes al mirarla, una chica de cabellos castaños recogidos en una media cola de caballo. Me dedicó una fugaz mirada con sus ojos color miel, entonces me pareció ver sorpresa en su cara, pero fue algo tan repentino como un parpadeo, que quizá pude haberlo imaginado.
—Rose, no seas grosera con tu nueva compañera —la regañó el profesor—. Discúlpate con ella.
—Lo siento, Blare —dijo la chica sin darse la vuelta. No contesté y miré hacia la ventana.
Habría jurado que vi cierto parecido entre los ojos de Blare y los de Jack, o quizá sólo se trataba de lo familiares que me habían resultado aquellos ojos, los ojos de Rose…

4 comentarios:

  1. wiiii ya va seer domingoo eeaa *-* lla me emocioone jajaja increible esa chiquilla me cayo gorda ¬w¬ ni sabe por que no recordo su nombre jejeje xD me encanto sigue asi erees grande !!

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  2. :D gracias!!! (': me hacen feliz tus comentarios xD esta vez no he subido todo lo que escribí porque me he estado durmiendo temprano por la escuela (luego se me voltea el horario totalmente y ando como zombi en el día)
    prometo que esta semana escribiré hasta la mitad del capi 4 o al menos lo voy a intentar!!! xD
    mil gracias por tus comentarios (:

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  3. me encantooo jajaja el director Sinner como uno de los psicologos mas importantes de la historia, con el conductismo... o fue por la serie de "RECREO" y el famoso superintendente Skinner??' :D jajajaj gracioso de cualquier manera ^^

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