domingo, 27 de febrero de 2011

Capítulo 4 parte 2

El jardín estaba completamente diferente. El pasto, a pesar de seguir estando seco, ya tenía manchas verdes en algunas partes, donde la vegetación ya empezaba a recuperarse.
—¿Cómo es que lo lograste? —le pregunté a Derek, atónita.
Se echó a reír y negó con la cabeza.
—Las muchachas que trabajan aquí han estado regando todo esto constantemente desde el día en que nos mudamos, pero desde la semana pasada dejaron de hacerlo ellas. Ahora hay regaderas instaladas y funcionando que se ponen en marcha como a las diez de la noche, según tengo entendido.
Me quedé boquiabierta, más sorprendida de no haberme dado cuenta de que el jardín había cambiado tanto   que del cambio en sí. Derek me miró sonriente, se acercó a mí y me susurró al oído:
—Ahora eres mi esclava por una semana… —Se echó a reír de nuevo—. También estaré esperando por tu regalo—completó con voz alegre—. A partir del sábado comienza tu semana de esclavitud, mientras tendrás todo este tiempo para conseguirme algo bueno, incluso puedes hacer algo con tus propias manos si te hacen falta recursos económicos…
Y dicho todo esto, sin dejar de sonreír, se dio media vuelta hacia el interior de la mansión y se retiró. Respiré profundo y seguí caminando por el jardín. En realidad me agradaba el aire fresco que circulaba alrededor de la mansión. Necesitaba ese respiro, despejaba mi mente.
Empezaba a darme cuenta de que. A pesar de no estar pensando en nada conscientemente, sentía mi cabeza atestada de cosas, como estuviera a punto de explotar, sin embargo, cuando el tema de Jack y Rose, y el misterio que representaban, se dirigían a la lucidez de mi mente, sentía como si todo aquel apretujado pensamiento inconsciente se relajara.
Pensando, di vueltas por el enorme jardín, observando las estatuas que ahí se encontraban. A pesar de tener todo muy presente en mi mente y darle vueltas a hasta ser fastidioso, no podía salir de las mismas preguntas. Las respuestas estaban detrás de un manto de niebla que bloqueaba todo, sin permitirme ver con claridad. Era como chocar contra un muro de desconocimiento.
Caminaba automáticamente, ya sin ver la estatuas del jardín, más bien perdida en la neblina de mi mente, buscando aún las respuestas de preguntas que no tenían ni pies ni cabeza, pero de repente me encontré con una luz que me trajo de vuelta al presente del jardín, algo que llamó mi atención…
Me encontré con una estatua antigua que tenía la forma de un hermoso ángel.
El sufrimiento que representaba la cara de la estatua era casi tangible, algo inexplicable. Tenía una expresión seria, pensante… pero a pesar de la frialdad del rostro que parecía a simple vista carente de emociones, sentía un sufrimiento tremendo, un sufrimiento oculto.
Las alas del ángel, el torso con el cuerpo desnudo, todo era imponente, pero no dejaba de ser una estatua que por alguna razón me había regresado al presente después de haber estado perdida en mi bruma mental…
Respiré muy profundo, frustrada, y me senté a los pies de la estatua, recargando mi espalda contra la base. Miré el cielo. En realidad era un día soleado con cielo azul, pero la gigantesca estructura de la mansión proporcionaba sombra al lugar en donde yo me encontraba.
De repente Derek invadió mi mente, él y su regalo. Si de verdad pensaba que iba a cumplir la parte de ser su esclava por toda una semana estaba completamente equivocado, pero al menos le daría el regalo… aunque no tenía idea de qué le daría. Quizá era una buena idea preguntarle al mismo Derek qué era lo que le gustaría de regalo, y mientras lo hacía también podía informarle que no tenía intenciones de obedecerlo ni durante una semana ni nunca.
Cerré los ojos y me relajé con mis pensamientos viajando en torno a Derek. Siempre que pensaba en él, era como si hablara con Annette (no me acuerdo en qué capi sale ^^, pero es la amiga de su madre con la que viven durante un tiempo cuando Estela está en el psiquiátrico, por si no recuerdan… :P ), como si supiera que todo iba a terminar bien. Él tenía ese cierto efecto tranquilizante en mí y me agradaba sentirme así… aunque por otro lado también era un chiquillo desesperante. Como un hermanito.
Me empecé a quedar dormida allí, con la espalda pegada a la fría base de la estatua. Pronto estuve rodeada por la oscuridad de mis sueños…

Me encontraba en un lugar apenas iluminado por una tenue luz, que parecía no venir de ninguna parte. Estaba sentada en un cómodo sillón de terciopelo, no podía ver el color, pero podía sentir la textura bajo la piel de mis brazos y mis manos. Miré alrededor y encontré una chimenea encendida con pequeñas brazas de fuego, que era de donde parecía provenir la luz tenue de la habitación. Era un lugar muy frío. Podía vislumbrar los contornos de los muebles que se hallaban allí, parecía ser una biblioteca, pero no había estado en ningún lugar así antes. Intenté levantarme del sillón, pero entonces me di cuenta de que me sentía exhausta, incluso el aliento me fallaba, como si hubiese estado corriendo, aunque los músculos no me dolían, sólo sentía un extremoso cansancio. Aún sintiéndome así, volví a intentar levantarme.
—No lo intentes, no podrás hacerlo —dijo una voz suave y aterciopelada detrás de mí, sobresaltándome. El sonido de uno pasos me rodeó y posteriormente una silueta se dibujó delante de mí.
—¿Dónde estoy y quien eres tú? —pregunté con la frialdad y dureza que apenas me permitían los jadeos, pero sin mostrar una pizca de mi creciente temor.
—¿Qué? ¿A caso no reconoces el sonido de mi voz, Rox?
—¿Rox? No sé de qué hablas, pero esto no me gusta nada —le contesté. No entendía qué era lo que estaba pasando, no entendía en lo absoluto. ¿Seguí soñando?
—Quiero que me digas tu secreto, Rox. ¿Cómo lo lograste, como no desapareciste? —demandó la voz.
—No te entiendo para nada… ¡Y enciende las luces! ¿Quién diablos eres, cabrón? —dije, perdiendo la paciencia y la compostura.
—¿Quieres verme? —preguntó después de un silencio corto, con una voz divertida que me heló la sangre.
—Sí —contesté ruda.
Entonces, la luz se hizo más fuerte en el cuarto, volviéndolo todo blanco. Seguí en la misma silla, pero la habitación había desaparecido. Me encontraba en un lugar totalmente blanco, que no parecía tener ni fin ni principio. Cerré los ojos un momento, ya que la luminosidad había lastimado mi visión… y cuando mis pupilas al fin se ajustaron a la claridad, pude ver al joven que se paraba delante de mí. Un joven alto, de piel blanca y de cabellos color miel.
Por alguna razón, su visión me robó el aliento. Me sentí más cansada que nunca, pensé que iba a desmayarme en ese momento. El joven se acercó y se arrodilló frente a mí.
—¿Me reconoces, Rox? —preguntó. Se inclinó hacia adelante; sus ojos verdes me recordaban a los de Jack cuando me daba más miedo.
Reparé en que su cara estaba a centímetros de la mía, nuestro alientos se mesclaban, su respiración acompasada y sus agitado jadeos…
—¿Me reconoces? —aquella mirada pétrea con la que me atravesaba, se dulcificó al acercar más su rostro al mío y acariciar con la punta de su nariz mis mejillas.
Cerré los ojos y un repentino temblor apareció en mi estómago: miedo, adrenalina y electricidad, todo mezclado. Negué con la cabeza, sintiendo que mi estado de conciencia no duraría mucho más, el cansancio empezaba a hacer estragos conmigo y creía que me desmayaría.
—Yo a ti sí te recuerdo, aún hay algo de púrpura en tus ojos —contestó él, moviendo sus labios contra la piel de mi barbilla mientras hablaba.
Era la primera vez que tenía a un chico tan cerca —ni siquiera había tenido tan cerca a mi hermano— y, sin embargo, no me sentía nerviosa más que por el hecho de no saber en dónde me hallaba; un hecho que estaba empezando a olvidar.
—Max… —mi garganta soltó aquello en un susurro, por sí sola y sin que yo lo ordenara. Él se echó a reír repentinamente.
—No era el nombre que esperaba, pero no me quejo —dijo, y después sus labios subieron hasta los míos y los besaron con pasión, con anhelo y con urgencia.
Una de mis manos apenas tuvo fuerzas para subir a su cabeza y enredarse en su pelo para acercarlo a mí, mientras uno de sus brazos rodeaba mi cintura y me apretaba contra él… Pero, aquel beso —mi primer beso—, acabó con mis energías. En ese momento, me desmayé…

domingo, 20 de febrero de 2011

Capítulo 4 parte 1

Derek había permanecido callado desde que había hecho el comentario del caluroso clima, así que lo miré un segundo.
—¿Por qué estás tan callado? —le pregunté, pasando mi mano frente a su cara, ya que parecía estar en trance.
 Giró su cara y me miró con aire ausente, luego sacudió la cabeza como si sacara un pensamiento de su mente y me miró sonriente.
—Estaba pensando en tonterías. Dime ¿tienes problemas con la chica de allá? —Señaló a Rose, que ahora estaba trotando sin restarme atención.
Apreté los dientes y entrecerré los ojos.
—¿Tú no los tendrías después de que te hubiera humillado sin conocerte siquiera?
Derek se echó a reír.
—Alex, no pensé que fueras del tipo de persona a la que le importa o que digan chicas como esa —dijo Derek, sonriendo y viéndome como si le provocara ternura.
—Y no me importa, nunca me ha importado, es sólo que esa chica… Tiene algo que me hace querer matarla. No creo que lo pueda explicar, ni yo misma lo entiendo —dije, ahora sintiéndome como si estuviera loca.
Se echó a reír de nuevo, dejándose caer de espaldas en el suelo.
—Esto debe ser todo producto de tu cambio. Simplemente te has vuelto más abierta a tus propios sentimientos —sugirió Derek, pero yo negué con la cabeza.
—No, es que ella y Jack… —me quedé callada. Lo había dicho sin pensar. Derek se sentó y se puso repentinamente serio.
—¿Jack qué…? —preguntó, con un tono que no había escuchado en él jamás.
Me encogí de hombros y tragué saliva. No debí haber mencionado nada, pero era demasiado tarde para arrepentirse.
—Sólo… Es un poco raro ¿no? —dije, evitando la mirada Derek. A pesar de mi gran cambio reciente, si había algo que de verdad no quería cambiar era mi falta de vulnerabilidad. Quería seguir siendo tan fuerte como hasta ahora… o al menos aparentarlo.
Derek no contestó, se quedó en un repentino silencio que me hizo pensar que de verdad había tocado un tema prohibido. Giré mi vista hacia él un segundo; estaba mirando el suelo con cara de pocos amigos.
—Jack ha cambiado mucho. Siempre había sido callado y jamás había sido un gran hermano, pero hubo un evento… —Derek se volvió a quedar callado, dejándome con una duda en el estómago, como un vacio.
—¿Qué pasó? —insistí.
Él negó con la cabeza.
—No lo sé, no lo entiendo. Es que… hace dos años hubo una fiesta… —Se interrumpió y me miró a los ojos, con sorpresa y algo de recelo—. Prométeme que jamás vas a mencionárselo a Jack.
Asentí mirándolo a los ojos.
—Lo prometo —juré. Derek suspiró y su vista se perdió, posiblemente mirando a algún lugar lejano de su mente, trasportándose al pasado.
—Fuimos a aquella fiesta todos juntos. Mi padre, mi hermano y yo. Era un evento de no de los socios de mi padre, y su hijo y Jack se llevaban muy bien. No sé explicarlo, pero había algo raro en aquel tipo… Y esa noche Jack y él habían abandonado la fiesta, alegando que era aburrida.
”Jack no volvió esa noche, ni tampoco al día siguiente. Jack desapareció una semana con aquel chico. La policía los buscó, pero aparecieron hasta que ellos decidieron regresar, y cuando regresaron, Jack parecía ser la misma persona, pero no lo era… No sé cómo explicarlo sin parecer un loco, pero Jack da miedo ahora, y es como si le gustara el sufrimiento ajeno. Se ha vuelto incluso más críptico de lo que ya lo era, a veces se va durante todo el día y regresa hasta la madrugada. No sé que es lo que hace, pero no creo querer saberlo…
Su voz se desvaneció y se convirtió en silencio. Ahora entendía aún menos todo aquello. ¿Qué le había sucedido a Jack?
Fuese cual fuese la respuesta, yo sí quería saberla…

Ese día, al regresar de la escuela en el auto, la mirada de Jack por el retrovisor no me ponía tan nerviosa. Algo había cambiado en Jack desde que lo había visto en el almuerzo de la escuela, es decir, seguía dando miedo, pero ya no tanto, y ese aire familiar en él, aquello que me hacía sentir que ya conocía esos ojos había desaparecido.
Jack, a pesar de estar envuelto en el mismo misterio desde que lo había conocido, y aunque me seguí sintiendo pesada al estar cerca de él, ya no me parecía más una persona que yo hubiera visto antes o que me petrificara. Era simplemente un tipo misterioso y medio escalofriante.
Al llegar de vuelta a la mansión, la mesa enorme del comedor con los platos y cubiertos puestos en un extremo. Alfred sólo le indicó a las mucamas que nos sirvieran la comida. Esas mujeres no hablaban nunca. Me preguntaba si vivían en la mansión, ya que las encontraba limpiando diferentes lugares de vez en cuando, sin embargo era un lugar muy grande y con partes que no había aún explorado. Era bastante probable que hubiera cuartos para ellas. Eran cinco en total, pero no conocía más que sus rostros. Todas parecían tener veintitantos años.
Ese día al terminar de comer de dispuse a hacer la tarea en mi cuarto. Derek sugirió que la hiciéramos juntos y así podría ayudarme con la de francés.
Al terminar todo eran las cuatro de la tarde. Me estiré en mi asiento y bostecé.
¿Cuánto te falta? —le pregunté a Derek, que seguí concentrado tratando de resolver un solo problema.
—Un poco… Algunos sí tuvimos mate hoy —se quejó, recordando que gracias al discurso del directo mis clases de matemáticas habían sido eliminadas ese día.
Sonreí un momento y después suspiré. Me levanté de la silla.
—Tómate tu tiempo —le dije.
—¿Adónde vas? —preguntó, mientras yo caminaba hasta la puerta del cuarto.
—Quiero dar una vuelta en la mansión —dije, estirando los brazos hacia arriba.
—¿Por dentro o por fuera?
—Por dentro, obviamente. Afuera sólo hay plantas secas —respondí, dándome la vuelta hacia el pasillo, dispuesta a salir del cuarto.
—¡En realidad ya no está tan marchito! —gritó Derek desde la habitación. Escuché sus pasos apresurarse desde el cuarto hasta donde yo estaba. Me giré para verlo mientras se acercaba hasta mí y se paraba justo a mi lado, sonriendo—. No has observado el jardín últimamente ¿verdad?
Negué con la cabeza mientras fruncía el entrecejo con confusión. Derek asintió como si comprendiera algo.
—Eres del tipo de chicas despistadas —se echó a reír y yo lo miré con el sarcasmo expuesto en los ojos.
—Yo no soy despistada —negué, sintiéndome segura de que, por el contrario, era bastante observadora.
—¿Qué apuestas a ello? —dijo, arqueando una ceja y esbozando media sonrisa, lleno de confianza. Era la primera vez que lo veía poner una expresión así. Derek se veía muy atractivo cuando sonreía de esa manera, dejaba de verse tan inocente y aniñado como de costumbre.
—¿Qué apuestas tú? —lo reté.
—Un regalo, si pierdes me compraras algo, o incluso puedes ser mi esclava por una semana… Y si tú ganas, aunque no será así, yo haré lo mismo por ti, así que elige, un regalo o esclavo por una semana —ofreció.
—Ambas cosas —dije. Estaba segura de que sin el jardín hubiera mejorado yo lo habría notado, ya que lo veía al entrar y salir de la mansión.
—Que conste que tú fuiste la que eligió ambas cosas —dijo, mientras encogía los hombros sin dejar de sonreír.
Se dio la vuelta y camino hacia el lado opuesto del pasillo, hacia las escaleras. Lo seguí medio enfurruñada. Bajamos las anchas escaleras, cruzamos la sala de estar, las puertas de la mansión y finalmente tuvimos frente a nosotros el jardín de la mansión. Me quedé boquiabierta.
Acababa de perder una apuesta.

domingo, 13 de febrero de 2011

Continuación del Capítulo 3

La clase de francés transcurrió sin incidentes. La señora Benson —la profesora de francés—, al igual que el señor González —el de español— me hizo presentarme en frente de la clase; a Derek también. Después de eso llegó el almuerzo. Derek y yo nos sentamos juntos en una mesa que estaba junto a una ventana.
—Iré a comprar algo para comer ¿no vienes? —dijo Derek, mientras dejaba su mochila en una silla. Negué con la cabeza.
—En realidad no tengo mucha hambre. Te esperaré aquí —respondí, recargándome en el respaldo de la silla y mirando al exterior por la ventana, donde se extendía una enorme cancha de futbol americano con gradas alrededor.
—OK. En seguida regreso. —Y dicho esto Derek desapareció entre la multitud de estudiantes que revoloteaban en la cafetería.
Saqué el libro de mi hermano de mi mochila y me dispuse a leerlo, pero en ese momento Jack se sentó en el lugar que estaba frente a mí en la mesa.
—¿Qué tal tu primer día? —me preguntó, cruzando los brazos en frente de él y recargándolos sobre la mesa.
—Normal —contesté con voz relajada. No sabía si mi repentina tranquilidad se debía a que el lugar estaba lleno de gente o a que quizá empezaba a acostumbrarme a Jack.
Giré mi vista de vuelta hacia mi libro, ignorándolo. A pesar de que mi plan era ser una persona amable, no podía sentir simpatía por Jack. Se quedó callado, lo cual me sorprendió, así que lo observé un segundo. Tenía la mirada perdida en algún lugar de la cafetería. Discretamente seguí la dirección de su mirada y me encontré con un tipo alto de cabellos castaños y ojos del mismo color, que miraba a Jack con la misma concentración con la que este lo miraba a él.
—¿Quién es ese tipo? —pregunté.
—¿De qué hablas? —dijo Jack, como si no fuera obvio.
—Tú y el tipo de allá. Se miran como si se conocieran y como si tuvieran problemas —dije, observando a Jack con el ceño fruncido. Él aún tenía la mirada fija en aquel tipo, pero pronto giró su vista hacia mí.
—No estaba viendo nada en particular —aseguró.
—Sí, claro —dije con sarcasmo, decidiendo que de cualquier modo no era mi problema.
Se echó a reír y me observó leer en silencio hasta que llegó Derek.
—Pensé que no te sentarías con nosotros —dijo Derek, dejando su bandeja en la mesa y sentándose junto a mí.
—No tengo amigos aún —dijo Jack, encogiendo los hombros, pero se levantó de la mesa en seguida—, sin embargo sí tengo algunos asuntos que atender.
—Es el primer día, ¿cómo es que ya tienes asuntos que atender? —preguntó Derek, enarcando una ceja.
—Cosas de grandes, Derek.
El chico puso los ojos en blanco y comenzó a comer mientras Jack se retiraba.
—Se cree la gran cosa, siempre me trata como a un niño —se quejó Derek unos segundo después.
—No dejes que te afecte, tú sabes que no lo eres —le dije, aunque lo cierto es que sí era un tipo con un aire infantil.
Se quedó callado mientras masticaba un pedazo de carne. Observé su bistec con la pasta y verduras que lo acompañaban. La comida, a diferencia de a como era en las escuelas públicas a las que había asistido toda mi vida, se veía apetecible. Estaba a punto de hacer un comentario al respecto cuando Sean apareció, llamándome.
—Alex ¿qué tal han ido tus clases? —dijo, mientras se acercaba a nuestra mesa y le hacía señas con la mano a un grupo de chicos que lo acompañaba para que se fueran sin él. Posó sus ojos en Derek.
—Aburridas —dije sincera y con mi habitual frialdad. Lo vi vacilar en sentarse, así que para enmendar mi comportamiento acostumbrado hice un esfuerzo en sonreír—. ¿Por qué no nos acompañas?
Me devolvió la sonrisa y se sentó frente a mí, donde hacía unos momentos había estado Jack. Ahora que pensaba en ello, en realidad había decidido que el comportamiento de Jack era extraño, es decir, cuando recién nos habíamos conocido actuaba como acosador, pero desde que Karl se había mudad ya no estaba rondándome. Quizá ya se aburrió de mí… pensé, entre aliviada y molesta.
Derek carraspeó, sacándome de mis momentáneas cavilaciones sobre Jack.
—¿No vas a presentarme a tu amigo? —dijo, aunque no sabría decir si avergonzado a molesto.
—Lo siento, tenía algo en la mente —me disculpé—. Derek, este es Sean, está en mi clase de español. Sean, este es Derek, mi hermano.
—Hermanastro, en realidad —corrigió Derek.
—Es un placer conocerte, Derek —dijo Sean, con voz amable, extendiendo su mano hacia Derek.
—Lo mismo digo. Así que… ¿Tú también eres nuevo? —preguntó Derek, regresando a comer mientras conversaba.
—No, en realidad estoy aquí desde el año pasado, pero es fácil acostumbrarse a la atmósfera de aquí, siempre y cuando hagas algo para olvidarte del tedio. Puede llegar a ser demasiado tranquilo.
—Paz y tranquilidad… Sí, tiene pinta de asilo de ancianos —dijo Derek, dejando su bandeja de comida vacía a un lado (¡Me sorprendió lo rápido que se había comido todo!) y recargando la barbilla en su mano con cara de aburrimiento.
—Pues en un asilo de ancianos no te llaman rubia estúpida —comenté, al ver a lo lejos, del otro lado de la cafetería, a Rose, la chica que me había molestado durante la clase de español.
—¿Alguien te llamó rubia estúpida? —preguntó Derek, enfadado. Señalé con el dedo índice la dirección en donde Rose se había sentado, rodeada por chicas de figuras esculturales.
Apuesto lo que sea a que son porristas… dije en mi mente.
—Rose. —Sean puso los ojos en blanco y negó con la cabeza—. Capitana del equipo de porristas. — Lo sabía.
Derek resopló y se echó a reír.
—Típico. Apuesto a que se sintió intimidada y por eso tenía que “mostrarte tu lugar”.
—No me quedó muy claro mi lugar, pero ciertamente no me interesa lo que una porrista inferior piense de mí —dije con convicción. Yo tenía un prejuicio de estupidez sobre todas las porristas del mundo.
Volví a mirar a Rose y me encontré con sus ojos fijos en mí con mirada asesina. Sí, definitivamente esos ojos ya los conocía, aunque sin saber de dónde ni cómo. Me habían recordado a Jack por el reconocimiento que había sentido al verlos, sin embargo, en lugar de miedo me provocaban otra sensación.
Rivalidad…

La última clase —lamentablemente era todos los lunes, martes y viernes— era educación física. No era mala en deportes, aunque tampoco la mejor del mundo.
En circunstancias diferentes quizá me hubiera dado igual, pero resultaba ser que la clase de deportes no se tomaba por grupos, sino todo el grado en conjunto, aunque distribuidos entre la cancha de basquetbol, la cancha de futbol americano y la pista de atletismo.
A mí me tocó estar bajo techo, en la cancha de basquetbol. Afortunadamente Derek y Sean estaban ahí también, pero desafortunadamente Rose estaba en el mismo lugar. Yo me senté en un lugar alejado del resto de las personas —como era mi costumbre—, mientras esperaba a que el profesor llegara, Derek se sentó junto a mí en el piso.
—Hace calor hoy ¿no? —comentó, pasándose el dorso de la mano por la frente, para retirarse algunas gotas de sudor.
Asentí y busqué a Rose con la vista. Por alguna razón incomprensible para mí, sentía la imperiosa necesidad de tenerla vigilada. La encontré haciendo estiramientos con otro grupo de chicas. Ella, a pesar de estar ocupada, también tenía la vista fija en mí. Me sonrió de manera amenazante y yo hice lo propio hacia ella. Algo me decía que tenía que ser cuidadosa, pero lo único que quería hacer era competir contra ella, hacerla papilla en todos los aspectos posibles.
Era curioso como antes de que decidiera que las personas me importaban todo me daba igual… Me sentía como una bomba, como si las personas que, fuese por casualidad o por destino, estaban apareciendo en mi vida, fueran algún tipo de detonante en mí, entregándome este tipo de nuevas sensaciones.
Rose y Jack… ¿Por qué siento que los conozco?
Fuesen como fuesen las cosas, no parecía haber relación entre ellos, pero ambos parecían tener algo conmigo.
Empecé a pensar en ello y, mientras más le daba vueltas al asunto en mi cabeza, menos tenía sentido y más crecía el interrogante en mi cabeza, que ahora había tomado la forma de una pregunta: ¿Por qué sentía familiaridad en aquellos ojos?
Por un lado me asustaba, pero por el otro era muy emocionante, sobre todo si me disponía a averiguarlo, y por supuesto es lo que planeaba hacer…

domingo, 6 de febrero de 2011

continuación del Capítulo 2 y parte del Capítulo 3

La luz se colaba por las ventanas de mi habitación, que tenía las cortinas descorridas. Mi habitación… Pensaba en ello con naturalidad, aunque lo cierto era que no sentía que nada de aquello me perteneciera.
Por un instante me quedé mirando la claridad del cielo soleado a través de las ventanas. El clima jamás estaba de acuerdo con mi humor; aquel era el sábado 31 de julio, el día en que mi hermano se mudaba a Berkeley.
La naturaleza humana nunca me había parecido fascinante antes, siempre repitiendo los mismos patrones de conducta, los mismos errores una y otra vez. Ahora me daba cuenta de que yo era simplemente un humano más, con aquellas mismas características que tanto me gustaba criticar de nuestra especie y ahora era cuando me parecía nuestra naturaleza, si no fascinante, al menos sí interesante, por ejemplo, el hecho de que mi relación con mi hermano estuviera en la cima justo cuando él tenía que partir… pero apostaría lo que fuera a que si no hubiera sido por el hecho de que se iba, nuestra relación jamás habría tenido ningún cambio.
Pero algún día iba a recuperar a mi hermano, de eso estaba segura.
Me levanté con lo hombros caídos y salí de mi habitación en pijama —o sería más adecuado decir “ropa para dormir”, pues sólo se trataba de un camisón que me venía diez tallas más grande, agujereando y viejo, que había pertenecido a mi padre, y un corto short deportivo—. Caminé hasta la habitación de Karl y lo encontré ahí, mirando de forma ausente el cielo a través de la ventana. No tenía que empacar, puesto que nos acabábamos de mudar a esa mansión y ya todos sus libros —en eso consistían más de la mitad de sus pertenencias— se encontraban empacados en cajas, exceptuando sus tres favoritos, que siempre llevaba en su maleta de mano,
Me paré en el umbral de la puerta y lo observé en silencio, recargada en mi costado contra el marco de madera hasta que se percató de mi presencia. Sonrió y caminó hacia mí; me di cuenta entonces de que me había echado a llorar.
Era algo curioso lo hermosa que me parecía la sonrisa de mi hermano, iluminando todo su rostro. Era extraño verlo sonreír tan seguido, pero estaba segura de que podía acostumbrarme a aquella cálida sonrisa.
Me abrazó y me dio un beso en la cabeza.
—Alexia, últimamente no pareces tú misma. ¿Desde cuándo tienes emociones? —bromeó, arrancándome una risita patética.
Me tomó por los hombros y me alejó de su pecho para ver mi rostro.
—Ya no llores, Alex, no es un “adiós para siempre”.
—Pero me vas a dejar sola dos años con mi madre, George, Jack y Derek. ¿Cómo se supone que sobreviva sin ti, Karl?
—¡Cómo lo has hecho todos estos años!
—Pero siempre te he tenido conmigo, es por ti que no me sentía tan sola… y ahora… ¡Y ahora! —Rompí en sollozos.
Mi hermano rodeó mis hombros con un brazo y caminó hasta la cama.
—Siéntate un momento —dijo, mientras se acercaba hasta la mesa redonda que había en su cuarto, idéntica a la del mío, y sacaba un libro de su maleta de mano, que se encontraba sobre esta, después volvió y se arrodilló en frente de mí—. Ten. —Me entregó El umbral de la noche, el libro que él había estado leyendo en el hotel.
—Pero es uno de tus favoritos —dije atónita.
—Lo sé, y lo quiero de vuelta algún día. Es un préstamo y mientras lo tengas, cada vez que lo leas y vagues por esos relatos fantásticos, quiero que recuerdes que tú y yo nos vamos a volver a ver algún día, más o menos dentro de dos años. ¿De acuerdo?
Un nudo en mi garganta me impidió responderle con mi voz, así que sólo asentí y lo abracé de nuevo.
—Te quiero —le dije con una exhalación, más que con la voz.
—Y yo a ti —respondió. Estuvimos abrazados un largo rato, hasta que finalmente ambos suspiramos y nos separamos—. Serán más o menos seis largas horas de Los Ángeles a Berkeley en el auto, así que será mejor que me marche. El chico con el que compartiré el departamento me espera antes de las ocho de la noche.
Asentí y apreté contra mi pecho el libro que me acababa de entregar.
—Prometo que lo cuidaré con mi vida —le dije, con la emoción desbordándose en mi voz.
—Más te vale —bromé, alborotándome los rubios cabellos. En ese momento Alfred irrumpió en la habitación con un carraspeo y su seriedad habitual.
—El auto acaba de llegar de la agencia, puede llevar ese en lugar del de su madre, ya que ha llegado a tiempo.
—No es necesario —dijo Karl—, además no creo que tenga espacio suficiente para todas mi cosas. Prefiero llevarme la vieja Suburban de mi madre.
—En ese caso permítame ayudarle a bajar todo y meterlo a su automóvil —dijo Alfred con un asentimiento.
—Lo agradecería —finalizó Karl, levantándose del suelo donde estaba arrodillado y comenzando a movilizarse.
—Yo también voy a ayudar, sólo iré a dejar el libro a mi cuarto —puntualicé. Karl asintió y entonces salí corriendo a mi habitación.
Dejé el libro en la cama y me dispuse a regresar a la habitación de mi hermano, pero al salir me encontré con Jack, recargado junto al umbral de la puerta de mi habitación. La sorpresa que me provocó me robó el aliento y me hizo detenerme a medio paso.
—Jack…
—Alex ¿vas a ayudar a tu hermano a empacar sus cosas en el auto?
Asentí y seguí caminando, dejándolo atrás.
—¡¿Quieren más ayuda?! —preguntó su voz a mis espaldas, un segundo después de que cruzara la puerta de la habitación de mi hermano.
—¿Ese es Jack? —preguntó Karl, al escuchar su voz.
Respiré profundo y asentí. No pude evitar el poner los ojos en blanco, apenas logré contenerme de rechinar los dientes. Jack se paró detrás de mí y dijo:
—¿Quieres ayuda para subir todo esto al auto?
—Claro —dijo Karl con entusiasmo.
Empezamos a cargar las pesadas cajas hasta el auto. En la sala, acostado en el sofá de tres piezas, estaba Derek jugando con su PSP, como de costumbre. Nos miró al salir del pasillo, cargados de cajas.
—¿Ya te vas, Karl? —preguntó.
—Ya, en cuanto termine de subir esto al auto —contestó mi hermano sin detenerse.
—Si quieren puedo ayudar —ofreció Derek, levantándose del sofá y preguntándome con la mirada si podía.
Le sonreí y asentí.
—En el cuarto de Karl aún quedan como ocho cajas —dije, señalando con un movimiento de cabeza las escaleras.
Se fue corriendo escaleras arriba entonces. Casi habíamos acabado cuando mi madre apareció en la cima de las escaleras, vestida con un elegante vestido negro que la hacía ver como si fuera a salir. Karl y yo la miramos, y después cruzamos miradas entre nosotros. Vi a mi madre suspirar y luego bajar las escaleras y dirigirse a Karl.
—¿Ya te vas? —preguntó.
No resultó extraño escuchar su voz diciendo esas palabras, pues la había escuchado hablar con George usando más que unas cuantas palabras, lo que fue realmente extraño fue que hizo una pregunta, y la pregunta iba dirigida a Karl.
Mi hermano, al igual que yo, tenía la boca abierta. Una mosca podía entrado y salido con facilidad de nuestras bocas y posiblemente nosotros apenas lo habríamos notado. Los ojos verdes con los que nuestra madre miraba a Karl eran impasibles. No mostraba emoción alguna, pero seguía resultando milagroso el hecho de que le hubiera preguntado algo a Karl. Me di cuenta de que llevábamos casi treinta segundos en shock y Karl no había respondido nada, entonces carraspeé para despertarlo.
Mi madre asintió, cerrando los ojos un momento, ya al abrirlos vi un relámpago de afecto, una expresión tan fugaz que no estuve segura de no haberlo imaginado.
—Que tengas un buen viaje —dijo, entonces besó la mejilla de mi hermano y se retiró, perdiéndose de un pasillo de tantos.
Karl me miró con los ojos bien abiertos, como platos.
—Júrame que no me imaginé eso —dijo.
Negué con la cabeza y encogí los hombros, aún medio estupefacta, entonces Karl sonrió.
—Supongo que mi partida tuvo en mi madre más o menos el mismo efecto que tuvo en ti y en mí.
Le devolví la sonrisa.
—Supongo.

En ese día, a las once y media de la mañana, mi hermano me dio un fuerte abrazo antes de subirse al auto.
—Nos vemos —me dijo al oído, me dio un beso en la mejilla y después se separó de mí.
No quería llorar con Jack, Derek y Alfred observándome, pero no pude evitarlo al escuchar el motor del auto al encenderse, anunciando su ya inevitable partida.
—Te quiero, hermana. —Se despidió moviendo la mano mientras desandaba el camino por donde había llegado la camioneta desde hacía dos días.
Sentí un brazo alrededor de mis hombros en cuanto la Suburban estuvo fuera de mi visión. Giré mi cabeza para ver de quien se trataba. Era Derek. Me dedicó una sonrisa insegura y después limpió unas cuantas lágrimas del millón que se escapaban por mis ojos.
—¿Desde cuándo tan confianzudo conmigo? —dije, medio en broma, al tiempo que lo abrazaba. Necesitaba ese apoyo más de lo que yo misma me había dado cuenta.
—Desde que me parece que tienes corazón…

Después de la partida de Karl, Derek significó un apoyo indispensable para mí. Se había convertido en mi primer amigo, y era la primera persona de mi edad con la que había conversado largas horas hablando de mí misma, y también escuchándolo hablar sobre él.
Ese día, cuando Karl se fue, nos habíamos ido a mi cuarto y habíamos permanecido ahí todo el sábado. Derek le había pedido a Alfred que le dijera a las mucamas que nos llevaran la comida al cuarto, así que no tuvimos que salir para nada.
Una de las muchas cosas que había empezado a apreciar de Derek era, que mientras estaba con él y tenía una excusa de ocupación, Jack no rondaba tanto alrededor, como sí solía hacerlo cuando me encontraba sola.
A la hora de la cena, yo seguía comiendo en la mesa redonda de mi cuarto cuando Derek ya había terminado. Se había ido a acostar en mi cama y, al hacerlo, se encontró con el libro de mi hermano.
—¿Este es el libro que Karl tanto leía en el hotel? —preguntó.
—Sí, lo es —le contesté, limpiando mi boca con una servilleta de tela una vez que terminé mi comida.
—Es muy curioso como las personas empiezan a llevarse mejor cuando se ve el fin cerca ¿no?
—Estaba pensando en eso esta mañana. Me di cuenta de que gracias a mi frialdad desperdicié once años, en los que habría podido tener una buena relación con mi hermano, siendo desconfiada y rencorosa, en lugar de hacer algo para ser feliz.
—Bueno, en realidad ambos eran niños, Alex. No creo que hayas tenido aún la capacidad para darte cuenta de tu poder de cambio en ese tiempo. Creo que sólo te hacía falta sentirte comprendida, pero como jamás hablaste con tu hermano… —Encogió los hombros con aspecto pensativo.
—Creo que quien más resintió aquella época fue Karl. Yo era apenas una niña de cinco años, supongo que me acostumbré al silencio, pero el ya tenía siete… —Suspiré—. Es horrible como los hijos sufren por los errores de los padres, pero ¿sabes? En parte entiendo a mi madre. Durante toda su vida la única persona que fue su escape fue mi padre, entiendo su devastación frente a su muerte.
Derek asintió, mirando el cielo nocturno a través de las ventanas. Me levanté de la silla y abrí una ventana, dejando que la brisa corriera por el cuarto.
—La historia de tu madre es muy triste. ¿Cómo era su vida antes de ser adoptada por lo Kennedy? —pregunté.
Respiré profundo y miré el suelo.
—En realidad no lo sé. Siempre hemos sabido antes de ser adoptada, pero de antes de eso lo único que sabemos es que sus padres murieron en un incendio.
Hubo silencio por unos minutos.
—Yo en realidad no sé mucho de mi padre o mi hermano, lo que sé de mi madre son cosas que Alfred me ha contado —dijo.
—¿Alfred? Parece un tipo muy serio —comenté, mientras trataba de imaginarme a Alfred en una conversación. Siendo honesta yo no era la persona más conversadora del mundo, pero Alfred parecía ser aún más serio que yo.
Derek se echó a reír y sonrió.
—La verdad es que es sólo en apariencia, pero Alfred es una de las personas más bondadosas que conozco —aclaró Derek.
—Pues no me lo habría imaginado nunca. —Sonreí.
Sonreír se me estaba haciendo ya una costumbre. Yo había cambiado mucho en poco tiempo, y creía que en gran parte, además de la despedida con Karl, se debía a que Derek se había mostrado muy amable conmigo. No me había dado cuenta hasta ese instante, pero me sentía muy agradecida con él, y no se lo había hecho saber.
—Por cierto, Derek… Gracias por todo.
Me miró a los ojos con expresión confundida, frunciendo el entrecejo, para después preguntar.
—¿Gracias?
Respiré profundamente y me di la vuelta, recargando mis codos en el alfeizar de madera de la ventana que acababa de abrir, para evitar la mirada de Derek. Era nueva en expresar más emociones cálidas que frías y, aunque me estaba saliendo de maravilla con mi hermano, si otras personas me veían me sentía avergonzada, como cuando en la mañana no había querido llorar en frente de Alfred, Jack y Derek. En cierta manera también me avergonzaba si Derek veía mi cara mientras le agradecía, me sentía demasiado descubierta.
—Gracias por haberme hecho sentir menos sola el día de la boda. No lo sabes, pero ese día lo que dijiste… no sé… creo que me vi a mi misma en ti y me sentí conmovida, despertaste aquello que pensé que sentía. Pero eso no es todo, también me di cuenta de que a pesar de que tu vida también ha sido trágica tú no te has dejado vencer por la tristeza. Creo que muchas de las decisiones correctas que he tomado últimamente se deben  a la charla de aquel día, en el que me hiciste escucharte. Por eso y por ser mi primer amigo, gracias, Derek. —Al decir todo aquello me sentí más liviana.
Escuché detrás de mí el ruido de la cama cuando Derek se levantó y apagó la luz, después sus pasos acercarse hasta donde yo estaba. Se recargó también en el alfeizar, a mi lado derecho. Giré la cabeza y lo miré un segundo. Él observaba la noche.
—Se aprecian más las estrellas del cielo con las luces apagadas ¿no lo crees? —me preguntó.
—Sí, porque no hay nada que las opaque —contesté.
—No hay de qué- En realidad me caes bien, Alex, y creo que podremos ser bueno amigos a partir de ahora.
Después de que Derek dijera eso no hubo más palabras. Nos quedamos en silencio, observando el manto del cielo nocturno, que alguna vez había comparado con mi vida, por la oscuridad que existía en ambos, pero esa noche vi el cielo con un millón de puntos luminosos.
La noche, a diferencia del clima, siempre estaba de acuerdo conmigo…



Capítulo 3

Pasó una semana más y pronto estuvimos a un día de la escuela. Ahora sólo me faltaban dos años para graduarme e irme a Berkeley con mi hermano.
Fue en esa semana que pasé con Derek en la que me puse al tanto del futuro de mi vida. Ingresaría al instituto Ross, que era uno de los más cercanos a la zona… o lo más cerca que se podía encontrar de la apartada mansión. Junto con Derek había comprado los útiles escolares y una mochila negra con un diseño algo gótico que, según Derek, iba de maravilla con mi personalidad.
Jack tenía diecisiete, y él estaba sólo un grado arriba de nosotros, así que también estaría en nuestra escuela, lo que me decepcionó parcialmente, aunque por otro lado quería comprobar algo…
Y así, el lunes, Jack Derek y yo, nos iríamos desde las seis de la mañana al instituto Ross, en el auto que George había comprado para mi hermano, pero que este había rechazado. George, por cierto, casi nunca estaba en la mansión. Según me había contado Derek, la mayoría del tiempo se la pasaba viajando, atendiendo distintos comercios que tenía por todo el mundo, y se había ido dos días después de la boda porque, precisamente durante los preparativos de esta, había tomado un largo descanso y había desatendido su trabajo. Y mi madre, al igual que George, brillaba por su ausencia, aunque dudaba que sus razones fueran de trabajo.
Al menos en la mansión ya habían conectado teléfono, internet y televisión por satélite, pero no era como si me faltara entretenimiento. En realidad me gustaba explorar los rincones de una mansión tan enorme. Según tenía entendido, no se había colocado electricidad aún en todos los cuartos, sólo en la sala, la cocina, dos estudios —tenía siete en total—, gran parte de los cuartos del segundo piso y el comedor en el que me había perdido la primera vez que estuve ahí; todo esto sin contar innumerables pasillos.
En la última semana de vacaciones había logrado descifrar una buena cantidad de los laberínticos pasillos en compañía de Derek, sin embargo, los lugares que más me intrigaban eran aquellos en los que ni siquiera se había instalado electricidad. También me había percatado de que existía una azotea que tenía una pequeña ventana redonda que se podía observar desde afuera de la mansión, pero aún no sabía cómo subir hasta allí. Había decidido que una de mis metas sería encontrar el camino hasta ese lugar.

Finalmente, muy temprano en la mañana del lunes, nos subimos al Mercedes negro en el que Jack conduciría a la escuela. Derek estaba muy animado y conversador. Yo seguía siendo muy callada a pesar de que había cambiado mucho, aunque probablemente hubiera participado un poco más en la plática si, durante todo el trayecto, la presencia de Jack en el auto no me hubiera estado crispando los nervios; por esa misma razón sólo me limitaba a sonreír, asentir y hacer uno que otro comentario mientras Derek hablaba de lo genial que iba a ser la escuela para mí ahora que era más amable. Me dijo que haría millones de amigos y que también lo tendría a él para ayudarme a hacer todo eso realidad.
Asentí a todo eso mientras observaba la animada cara de Derek, peor por un momento giré mi vista hacia el frente y vi los ojos de Jack observándome por el espejo retrovisor. Fue apenas un relámpago, pero la mirada que me dedicó me heló la sangre…

Llegamos al instituto; era enorme. Los chicos y chicas uniformado de veían como una masa de gris y blanco —con unos cuantos colores variados gracias a las mochilas y algunas chamarras— subiendo las escaleras de la entrada, hasta llegar a las puertas de madera, que tenían cierta elegancia. Había un estacionamiento para estudiantes en el que Jack dejó el auto aparcado.
—Tenemos que buscar nuestro horario y nuestro casillero. ¿Vamos juntos a la oficina de coordinación? —me preguntó Derek, mientras yo, distraída, movía mi vista en todas direcciones.
Era la primera vez que estaba en una escuela privada y me parecía interesante el estar vestida como todos alrededor. Las faldas de tablones y los pantalones eran grises, al igual que los chalecos que algunos llevaban. Los chicos llevaban una corbata y las chicas un moño alrededor del cuello, ambas cosas de color azul marino. Por mi parte, con la falda y el moño no tenía problemas, pero las zapatillas eran muy incómodas.
—Tierra llamando a Alex —dijo Derek con insistencia hasta que captó mi atención.
Sacudí la cabeza.
—Lo siento. ¿Qué me decías? —dije avergonzada.
—Que Jack se adelantó ya. Tenemos que ir a la coordinación por el croquis y nuestro horario.
—¡Oh! Sí, vamos… —Y dicho esto nos pusimos en marcha.

La coordinación era una oficina elegante al final del primer pasillo, que se encontraba al traspasar las puertas de la entrada. La secretaria, una mujer hermosa de negros cabellos y ojos miel, nos entregó lo que necesitábamos.
—Antes de empezar las clases va a suceder la ceremonia de inicio del siclo escolar, así que por favor diríjanse al auditorio —nos dijo la mujer.
—Gracias —contestó Derek, y entonces me dedicó una mirada emocionada.
Salimos de la oficina, primero en busca de nuestros casilleros, para dejar los pesados libros. Nuestros casilleros quedaban uno al lado del otro, lo que Derek consideró afortunado.
—¿Cuál es tu primera clase? —me preguntó en cuanto cerró su casillero, después de haber guardado sus libros en él.
—Matemáticas —dije, mirando el papel en mi mano—. ¿La tuya?
Frunció la boca en una mueca de decepción.
—Historia —contestó, luego extendió su mano hacia mí—. ¿Me dejas ver tu horario? —Asentí y le entregué el papel—. Tenemos juntos francés y educación física.
—¿Francés? ¡No sé nada de francés! —dije, ahora algo nerviosa.
—No te preocupes, yo te ayudo con eso —me dijo, mientras me regresaba el papel de mi horario—. Hay diez minutos entre clases, así que probablemente nos veremos aquí seguido. De cualquier manera ¿nos sentamos juntos en el descanso? Según el croquis hay una cafetería enorme.
Asentí, entonces los altavoces sonaron con una voz masculina y ronca, diciendo:
Favor de presentarse en el auditorio, el discurso comenzará en cinco minutos.
—Habrá que apurarnos —dijo Derek, echándole una ojeada al croquis. Tenía cara de confusión—. Creo que es por allá —señaló un pasillo.
—¿Por qué no mejor seguimos a aquellos estudiantes? —le pregunté, señalando a un grupo mixto que parecía saber a dónde se dirigía.
Se echó a reír.
—Buena idea.

El discurso del director duró cuarenta minutos. Expuso claramente las reglas del colegio, especificando que no se permitían tatuajes, perforaciones, cabellos teñidos o con peinados extravagantes, uñas pintadas ni maquillajes exagerados, etcétera. También le daba la bienvenida a los alumnos de nuevo ingreso y decía que esperaba que se sintieran cómodos.
Y finalmente, después de los cuarenta minutos más aburridos de mi existencia, el director Skinner dijo que podíamos retirarnos a nuestras clases. Derek y yo nos separamos, y fue así que me dirigí a mi clase de español, ya que matemáticas había sido sustituida por el discurso.
Los salones eran amplios y elegantes, con pupitres de madera que no tenías un solo rayón en ellos. Vi uno desocupado en la última fila, al lado de una ventana, así que me apresuré para obtenerlo. Miré alrededor; parecía que ya todos se conocían y me sentí fuera de lugar. Me había llevado el libro de mi hermano, así que, en lo que llegaba el profesor, lo saqué y empecé a leerlo.
El umbral de la noche —dijo de repente la voz de un muchacho.
Miré hacia el frente y me encontré con un par de ojos castaños que no me miraban a mí, si no al libro que estaba descansando en mis manos. Mi reacción automática fue pensar en ignorarlo, pero me recordé a mí misma que ahora iba a ser más amable, así que tragué saliva y asentí.
—¿Te gusta Stephen King? —me preguntó el chico con una sonrisa.
—No me disgusta, pero en realidad el libro es de mi hermano —contesté con mi voz fría. Me costaba ser amable con un desconocido. Pareció intimidarse un poco.
—¿Tu hermano también estudia aquí? —preguntó, ahora un poco más cohibido.
Apreté los dientes e hice un esfuerzo por sonreír. Me ruboricé al hacerlo.
—Él ya está en la universidad, se fue a Berkeley la semana antepasada.
Me sonrió de nuevo y me sentí aliviada de no haberlo asustado.
—¿Puedo? —me preguntó, señalando el libro.
Cuando el chico hizo eso me encontré en un debate interno. En realidad no quería prestarle el libro de mi hermano, pero si no lo hacía probablemente pensaría que era grosera, así que tomé una gran bocanada de aire, extendí el libro hacia él y se lo entregué.
—Yo también soy fan de Stephen King. ¿Has leído Carrie? —me preguntó.
—Sí, mi hermano tiene ese libro también. Pobre chica —dije, recordando la trágica vida de la protagonista.
—En realidad creo que al final exageró matándolos a todos. Si hubiera sido yo, sólo hubiera matado a los miserables que me hicieron la vida de cuadritos —comentó, mientras ojeaba el libro—. Creo que este libro lo he visto en la biblioteca de mi padre. Lo buscaré para leerlo, se ve interesante.
Me entregó de vuelta el libro y volvió a sonreír.
—Por cierto, mi nombre es Sean. —Me tendió la mano.
—Alex. Un placer conocerte —dije, ahora sonriendo con más facilidad, aunque aún ruborizándome. Empezaba a preguntarme si quizá yo era algo tímida. Antes había sido solitaria, pero ahora que convivía con otra personas me costaba algo de trabajo ser amable, lo cual no era extraño en realidad, lo extraño era que me avergonzaba.
El profesor de español entró en el salón justo después de haber soltado la mano de Sean.
—Bueno días, jóvenes. —El profesor tenía cara de no haber dormido en toda la noche.
—Buenos días —coreó la clase en respuesta.
—Veo que hay muchas cara familiares aquí. Espero que hayan disfrutado sus vacaciones, porque habrá mucho trabajo. Voy a pasar lista, los que son nuevos se presentarán después de esto —dijo, después prosiguió a sacar unas carpetas de su portafolio e ir diciendo los nombres, uno por uno.
Yo miraba ausente la ventana cuando Sean llamó mi atención.
—Alexia ¿no? —me dijo en voz baja.
Cuando giré mi cabeza para verlo todo el mundo me observaba. El profesor arqueó una ceja y dijo:
—¿Alexia Blare?
—¿Blare? —pregunté. Entonces recordé que ahora tenía el apellido Blare, de la familia de George, y no Kennedy, el de mi padre—. ¡Ah, sí! Alexia Blare, soy yo.
Todos se echaron a reír en ese momento.
—Creo que es verdad que las rubias son estúpidas —dijo la voz de una chica que se sentaba en la primera fila—. No puede recordar su propio nombre.
Se echó a reír y un grupo de chicas la corearon. Entrecerré los ojos y rechiné los dientes al mirarla, una chica de cabellos castaños recogidos en una media cola de caballo. Me dedicó una fugaz mirada con sus ojos color miel, entonces me pareció ver sorpresa en su cara, pero fue algo tan repentino como un parpadeo, que quizá pude haberlo imaginado.
—Rose, no seas grosera con tu nueva compañera —la regañó el profesor—. Discúlpate con ella.
—Lo siento, Blare —dijo la chica sin darse la vuelta. No contesté y miré hacia la ventana.
Habría jurado que vi cierto parecido entre los ojos de Blare y los de Jack, o quizá sólo se trataba de lo familiares que me habían resultado aquellos ojos, los ojos de Rose…