domingo, 30 de enero de 2011

Capítulo 2

Durante los dos días de estancia en el hotel los preparativos de la boda en la mansión parecían formar parte de un mundo totalmente apartado del mío.
Me metí en el mundo de los libros que Karl había llevado (yo no tenía libros, se me hacía una pérdida de dinero comprarlos cuando los podía leer en la biblioteca, aunque, después de esos días, le veía más sentido a la compra de libros propios) y traté de apartarme de mi hermanastro mayor, Jack. Al final George decidió que las habitaciones serían separadas para cada quien, así que no tuve que preocuparme por la presencia de Jack en mi cuarto de noche. Empezaba a sentirme paranoica.
Y aunado al molesto Jack estaba el patético Derek, cuya presencia resulto primero hilarante, después irritante y finalmente despreciable.
Mi hermano Karl, muy por el contrario, parecía estar enamorado de Jack. Había algo extraño en todo eso, nuestras personalidades parecían cambiar mucho en su presencia, al menos yo lo notaba. Y no dejaba de sentir ese extraño y escalofriante reconocimiento en los ojos de Jack. Sentía algo familiar, pero seguía sin saber qué…
—Y bien… ¿te vas a poner el vestido o esperas que lo haga por ti? —preguntó de forma tosca mi madre, extendiendo el brazo donde sostenía le vestido que quería que usara durante la boda hacia mí, sacándome de lleno de mis pensamientos—. Espero que estés lista para el momento en que se celebre la ceremonia, es a las tres de la tarde y sabes que no me importa si estás presente o no en el momento en que la limusina abandone el hotel. Tengo muchas cosas que hacer y como soy la novia me tengo que preparar así que hasta entonces…
Salió de la habitación y me dejó sola nuevamente. Me estaba volviendo loca seguramente, pero desde que había conocido a Jack me sentía constantemente observada y la atmósfera cargada de una sensación desagradable.
 Respiré profundo y despejé mi mente. El día era sumamente caluroso y soleado. Aún eran las once de la mañana, así que decidí que iba a darme un chapuzón en la alberca del hotel para despejar mi cabeza y quitarme el calor.

Una vez fuera, en la piscina, me encontré con una multitud de gente que estaba divirtiéndose y gozando con sus amigos y familias. Me sentí vacía al ver tal escena… me seguía preguntando ¿qué sentido tenía vivir estando en tal soledad y sin ningún propósito?
—Alex, que coincidencia encontrarte aquí. Pensé que no eras de las personas a las que les gustaba el sol y las albercas. —La voz de Derek no me sobresaltó entre aquel barullo, sólo me hizo poner los ojos en blanco y desear no haberme sentido sola, porque definitivamente era mejor estar sola que con una compañía tan molesta.
—¿En serio tienes dieciséis años, Derek?
Caminé rápido hacia la piscina y me di un chapuzón, tratando de ignorar la molesta existencia del menor de mis hermanastros, que parecía más un infante que un adolescente que ya iba a cumplir diecisiete años. Mirándolo bien, su cara incluso parecía de un chico de catorce años.
Me alejé rápidamente en el agua, pasé entre una multitud de personas en la que pude hacer que me perdiera —si es que intentó seguirme— y me metí en un rincón de la piscina que estaba vacío, debajo de uno de los puentes que conectaba un lado de la piscina con el otro. No había ni una sola persona en ese lugar, era una pequeña penumbra, así que me recargué en la pared de la alberca y me sumergí en el agua, pero de pronto sentí algo tocarme el pie. Salí del agua precipitadamente y observé hacia abajo. Me encontré con una silueta algo familiar debajo del agua, y una vez que se paró y asomó su rostro fuera del agua comprobé que se trataba de Jack. Un escalofrío recorrió mi espalda en cuanto este me sonrió.
—¡Alex! Dudé que fueras tan siquiera a poner un pie en la piscina, pensé que pasarías todo tu tiempo en el hotel leyendo el libro que tomaste de la maleta de tu hermano. —Su sonrisa se ensanchó mientras decía eso y pasaba sus manos por su cabello, retirándose empapados mechones del rostro, dejando al descubierto sus fríos ojos.
—Ya lo ves, no soy tan predecible —dije indiferente, evitando encontrar su aterradora mirada.
—Nunca lo has sido, querida —dijo con voz aterciopelada y elegante.
Resoplé.
—Hablas como si me conocieras de toda la vida.
—Hm… digamos que es fácil para mí averiguar la forma de ser de las personas.
—¡Oh, qué interesante! En fin, lamento no continuar con esta charla, pero mi propósito era refrescarme y ya lo hice, así que me retiro —dije, de forma sarcástica.
Estaba a punto de salir de aquel escondrijo, pero antes de que me retirara me aprisionó con sus brazos a cada lado mío, contra la pared.
Sorprendida busqué su rostro para ver su expresión y tratar de entender qué estaba pasando. Me encontré con su fría mirada y por un momento me quedé paralizada.
—No te muevas —ordenó, acercando su rostro al mío de tal manera que pude sentir su exhalación sobre mis labios. Levantó una mano hasta mi mejilla y retiró algo; me mostró qué era. Una pestaña—. Tus ojos tienen cierto color violeta en el centro si los miras de cerca.
Exhalé el aire que había contenido hacía unos momentos en cuanto se alejó de mí.
—Con permiso —dije. Nadé hasta el borde de la piscina y salí, me dirigí a mi cuarto y una vez ahí me desmoroné en la cama, sin aliento. Fue entonces que noté que tenía las manos heladas.
Estaba muerta de miedo…

El grupo que había empezado a trabajar en el jardín de la mansión desde hacía dos semanas había hecho un excelente trabajo en cuanto a la decoración de la boda, pero el jardín marchito seguía siendo eso: un jardín marchito.
El pasto estaba debidamente cortado, pero reseco y sin vida. Había rosales y flores marchitas por doquier. Había una fuente en el centro del camino de adoquines que guiaba desde el portón a la entrada y, en el centro de la fuente, había la figura de un ángel que era hermoso, sin embargo se me antojó macabro considerando el aspecto de todo a su alrededor.
Era una casa elegante, pero vieja y tétrica. De mis favoritas hasta hacía un tiempo, pero ahora no estaba tan segura de que me gustara vivir ahí ya que una obsesiva inquietud hacia el mayor de mis hermanastros se había apoderado de mí. No estaba tan contenta de que faltaran dos semanas para entrar a clases, ya que lo único que quería hacer ahora era estar fuera de los pasillos oscuros de la mansión, en donde era posible encontrarme en cualquier momento con Jack…
—¡Alex! —gritó la voz de Derek, que venía corriendo hacia mí con el esmoquin que usaría en la ceremonia.
“O con Derek…” pensé, ahora de forma molesta.
—¿Qué quieres? —inquirí, mostrándome indiferente.
—Nada, estaba aburrido y pensé que quizá tú también lo estabas, ya que falta media hora para la ceremonia y aún no conectan el internet aquí y no hay televisión tampoco.
—No estoy para nada aburrida —dije, mirando hacia cualquier otro lugar.
—¿Por qué no tratas de ser un poco más amable? —preguntó de repente con una nota molesta en la voz.
—¿Por qué no dejas de fastidiarme?
—Porque creo que te vendría bien un poco de compañía, ya que parece que nadie de tu familia es nada amable contigo.
Lo miré furiosa.
—¡Oh, eres un genio! ¿Cómo fue que notaste que nuestra relación en la familia es tan mala? ¿A caso somos tan obvios? —dije sarcástica, después me alejé caminando hacia la puerta de la mansión.
—¡Es que mi vida es igual! Mi hermano y mi padre escasamente se preocupan por mí o por lo que hago. El único lugar donde puedo ser más o menos feliz es en la escuela, pero en vacaciones siempre es así… Creo que podríamos entendernos… ­—Su voz se desvaneció, mientras las palabras iban cobrando cierto sentido en mi cabeza.
Me detuve en medio del pasillo de la entrada, que conectaba a la sala de estar de la mansión.
—Yo ni siquiera en la escuela soy feliz. Creo que simplemente he perdido toda habilidad para ser social. Ha dejado de interesarme el estar con otras personas, de cualquier manera sé que nadie se preocupa genuinamente por mí…
—Tu madre lo hace, estoy seguro de que…
—No, no lo hace, Derek. La única persona que alguna vez lo hizo murió hace mucho tiempo y consigo se llevó el corazón de mi madre.
Se quedó callado por un minuto.
—Al menos no eres odiada por tu madre. Mi madre murió al nacer yo, mi padre también se volvió frío al morir ella. Sé que en el fondo me culpa por su muerte. —Su voz era apenas un susurro.
En ese momento algo en mí despertó, algo que había estado dormido por mucho tiempo —si no es que toda mi vida—. Sentí pena por Derek.
—Derek, yo lo siento mucho. No tenía idea —dije. La voz me falló un momento. Ese nuevo sentimiento… ¿De dónde había surgido?
Comprendí que vi reflejada mi propia tristeza en él. Quizá no estaba tan sola como yo pensaba, quizá no era tan incomprendida.
—No pasa nada… —Se talló los ojos, que se le habían humedecido—. En fin, es por eso que quiero ser tu amigo, porque creo entender cómo te sientes. Sé lo que es vivir sin que te escuchen, sin que te presten atención y sin parecer importarle a nadie, por eso… ¿qué tal si somos amigos?
Suspiré y asentí. De alguna manera, estaba conmovida.
—Amigos…

Al fin la ceremonia de la boda se llevó a cabo, después de dos meses de larga planeación. Conocía a menos de la décima parte de los invitados. Annette, la amiga de mi madre —la persona que nos había cuidado a mí y a mi hermano cuando mi madre estuvo internada en el hospital psiquiátrico— y su esposo, Charles —con el que se había casado después de que mi madre saliera de ese lugar y nos recuperara—. También estaba ahí el señor Johnson, el cual se encargaba del seguimiento del caso de mi madre hacía dos años.
Annette era una buena persona, creo que después de mi padre, fue la segunda persona que nos demostró algo de afecto, a mí y a mi hermano, que mostró que realmente se preocupaba por nosotros. De hecho, creo que había asistido a la boda sólo para vernos a mí y a Karl, porque mi madre y ella no se llevaban bien desde hacía ya muchos años.
—¡Alex! —me saludó con su alegre voz en cuanto la ceremonia acabó y las personas se dispersaron en busca de sus asientos en las mesas, a la espera del banquete de la fiesta. Me acerqué a ella, dedicándole una de las sonrisas cálidas que tenía reservadas sólo para aquellas personas buenas, para aquellas allegadas a mi corazón.
—Annette, te he extrañado mucho —le dije mientras la abrazaba. Sentí un nudo en la garganta que me quebraría la voz si seguía hablando, por eso prefería callar.
—¡Annette! —gritó de pronto la voz de mi hermano detrás de mí. Me alejé y les di un poco de espacio también, mientras él la abrazaba. Annette también era de las pocas personas que Karl quería sinceramente. A mí no, porque solía decir que era fastidiosa, pero a ella sí… supongo que simplemente Karl era incluso más selectivo que yo con las personas que le caían bien.
Jack parecía ser una de esas personas…
“¡De nuevo Jack!” me regañé mentalmente. Estaba pensando demasiado a en esa persona… y no de la forma positiva, nunca de la forma positiva.
—Alex ¿cuánto hace que no te veo, un año? —preguntó Annette mientras me rodeaba los hombros con su brazo y me apretaba contra su costado mientras empezábamos a caminar hacia ningún lugar en particular. Karl estaba al lado de nosotras, siguiéndonos.
—Dos años y medio, más o menos —dije con media sonrisa.
Silbó con sorpresa.
—Muchísimo tiempo… Han crecido mucho los dos. ¿Has logrado hacer algunos amigos en la escuela de la que vienes? ¿No apesta el tener que mudarse a un lugar tan lejano?
—Hm… En realidad no he hecho muchos amigos, pero estoy en proceso —le dije de forma tranquilizadora.
Me miró con ojos aprensivos y frunció los labios en una mueca de disconformidad, luego miró a Karl.
—Sí, he hecho algunos amigos… pero nada de lo que no pueda desprenderme. De hecho, nuestro nuevo hermanastro, Jack, me cae muy bien —mencionó mi hermano con una sonrisa.
No mencioné nada, no me puse rígida, no tengo idea de cómo lo notó, pero repentinamente Annette me preguntó:
—¿No te cae bien a ti tu hermanastro?
Me quedé callada por unos segundos.
—¿De cuál de mis dos hermanastros hablamos?
—¿Cuál es el que no te agrada?
Hice un ruido parecido a un gemido y después la miré a los ojos. No quería mentirle y decirle que no tenía ningún problema con ninguno de mis dos nuevos hermanos, porque era ella, no quería mentirle a esa persona tan importante para mí, pero si le decía lo de mi extraño trauma con Jack… Es decir ¿qué iba a decir? ¿Su mirada me causa escalofríos y tiene un no sé qué que me da miedo? Suspiré. Yo misma me empezaba a dar cuenta de que en realidad no tenía por qué temerle a Jack, en realidad no me había hecho nada malo, aunque el incidente de la piscina era algo extraño… pero eso era común ¿no? Retirar las pestañas caídas de las caras de las personas antes de que estas se metan en sus ojos. Quizá era yo la del problema, no Jack.
—En realidad ninguno me desagrada. Antes pensaba que Derek era algo molesto, pero hemos logrado entendernos finalmente. —“Finalmente logré entenderlo, más bien”.
—Ya veo… ¿entonces no tengo de qué preocuparme? —preguntó finalmente, para asegurarse.
—Nada —aseveré.
—Me parece perfecto entonces. —Sonrió, con una de aquellas sonrisas suyas que te hacían sentir que todo estaba bien, que te hacían sentir que tus problemas se resolverían pronto, si es que los tenías—. Entonces ¿a qué escuela entrarán ahora?
—No lo recuerdo —le dije sincera, luego agregué: —. Karl ya está por entrar a la universidad.
Annette lo miró sorprendida.
—Lo había olvidado, te graduaste este año ¿cierto? —Ella tenía ahora un nudo en la garganta—. Lamento no haber asistido, nadie me dijo nada…
—No te preocupes, no fue nada espectacular —dijo Karl, minimizando el asunto y rodeándole los hombros con un brazo. Sonrió—. De cualquier forma, este es el último verano que paso con mamá y Alex, ahora viviré en Berkeley; voy a estudiar allí.
—¿En la Universidad de Berkeley? ¿Qué vas a estudiar?
—Literatura.
¡Era cierto, lo había olvidado totalmente! Mi hermano se mudaría una semana antes de que comenzaran las clases. Se me hizo un nudo en la garganta en ese momento. Me había puesto triste repentinamente ante su partida. Jamás habíamos sido los mejores hermanos del mundo —posiblemente sí los peores—, pero aún así sentía que sin él me quedaría sola.
—Karl, yo… —alcé la voz de repente, sin pensarlo dos veces. Me observaron Annette y Karl ambos sorprendidos. Annette sonrió y me dio un abrazo, después se alejó caminando.
—Los veo en un rato, tengo que ir a ver qué es lo que está haciendo Charles.
—¿Qué te pasa? —me preguntó mi hermano.
Lo miré con la cara ligeramente agachada para esconder la lágrima que se me había escapado del ojo izquierdo. Me eché a reír débilmente, mientras me tallaba los ojos.
—Nada, es sólo que creo que te voy a extrañar —dije.
Karl hizo lo que casi nunca hacía conmigo: sonrió. Pero eso no fue todo, también me abrazó. Su abrazo de alguna manera me recordó a papá. Me eché a llorar fuertemente, escondiendo mi cara en su pecho.
—No va a ser para siempre, Alex. Si quieres, cuando termines el instituto puedes irte a vivir conmigo.
Me di cuenta en ese momento de que mi hermano y yo siempre nos habíamos apoyado, sin palabras, sin sonrisas ni abrazos. El simple hecho de haber estado allí, juntos en la adversidad. El pensar que no le importaba había sido un error de mi parte, al igual que el haber fingido que él no me importaba a mí durante todo ese tiempo, desde que papá había muerto. Simplemente había sido nuestra forma de ser, pero no de sentir. Gracias a que él estaba ahí no me sentí más sola y triste de lo que ya estaba… y ahora él se iba.
—K-Karl, s-sé que esto es algo que p-probablemente no escuchas muy seguido, sobre todo viniendo de m-mí, pero te q-quiero —le dije entre sollozos, tartamudeando. No recordaba la última vez que había llorado de esa manera, posiblemente no había llorado así desde hacía diez años.
Me acarició la cabeza y me besó la frente.
—Yo también te quiero, hermana, perdón por haber sido tan seco todo este tiempo. Supongo que no recordaba cómo ser gentil con otras personas que no fueran a las que estaba acostumbrado, igual que tú ¿no?
Asentí y me dejé sostener por mi hermano, llorando sin poder parar. No sé cuánto tiempo fue el que estuve abrazando a Karl sin decir nada en la parte del jardín más alejada de la fiesta de la boda, sólo sollozando, pero él no dijo nada hasta que paré, más porque ya no me quedaban lágrimas que por sentirme mejor.
Le di un último apretón a mi hermano entre mis brazos por esa noche, y después me alejé para verle el rostro. Unos delgados caminos húmedos surcaban sus mejillas donde un par de lágrimas se habían derramado. Suspiró y sonrió.
—¿Estás mejor ahora?
Asentí y le sonreí.
—Creo que no puedo regresar así a la fiesta —dije, mientras me tallaba los ojos y observaba mis dedos con el maquillaje corrido por las lágrimas—. Me voy a mi cuarto, por favor despídeme de Annette y dile que espero que me visite más seguido.
Asintió en silencio y después me alborotó el pelo.
—Nos vemos —me dijo, antes de darse la vuelta en dirección a la fiesta.
Ya era de noche y las luces que habían sido colocadas estratégicamente en el jardín, iluminaban las estatuas y los adornos, haciendo que se viera todo como si fuera la escena misteriosa de una película.
Caminé taciturna hasta la puerta de la mansión, donde los meceros de la boda entraban y salían, de la cocina al jardín con platos llenos y del jardín a la cocina con platos vacíos. Traté de no estorbar mientras caminaba por ese pasillo, después de haber tomado mis maletas de la sala —donde se habían quedado después de haber traído todo del hotel cuando terminó nuestro hospedaje—. Empecé a caminar escaleras arriba, pero la voz de un hombre detrás de mí me detuvo.
—¿No preferiría que yo llevara esas maletas, señorita?
Me giré en redondo para ver de quién se trataba. Era un señor de pelo canoso pero abundante, con la cara de una apariencia vieja y cansada, sin embargo su postura era erecta y llena de energía. Vestía una camisa de manga larga blanca debajo de un chaleco negro, con una corbata también.
—¿Usted quién es? —pregunté.
—Mi nombre es Alfred, soy el mayordomo de esta familia desde hace mucho tiempo, señorita. Estoy aquí para servirle —hizo una pequeña inclinación como muestra de respeto.
Asentí y le entregué las maletas.
—Gracias… y mejor llámame Alex, señorita suena raro —dije indiferente mientras caminaba escaleras arriba en compañía de Alfred, quien cargaba mis maletas sin perder ni porte ni elegancia.
—Como guste —dijo, inclinando la cabeza.
El viaje hasta una de las habitaciones de la planta alta fue acompañado de un silencio sólo roto por los rechinidos de las escaleras al apoyar los pies. Pronto me encontré en una habitación enorme, con una cama con dosel y  una mesa redonda, con tres sillas de aspecto elegante rodeándola, un closet gigantesco y un tocador.
—Puedes dejar las maletas en el suelo —le dije a Alfred una vez que entramos en la habitación.
—Si quiere puedo llamar a una de las mucamas para que ordene su ropa en el ropero —ofreció.
Negué con la cabeza y dije:
—Lo haré yo misma.
Entonces Alfred asintió y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de sí y dejándome sola.
Suspiré y me acosté en la cama, abracé una de las almohadas y me pregunté cómo sería mi vida a partir de ahora. Muchos cambios estaban sucediendo, entre ellos el hecho de que ahora tenía un amigo: Derek. Quizá yo podía cambiar, ser diferente y volverme una persona más alegre. No confiaba en casi nadie, pues la persona que se suponía tenía que ser la más cercana a mí —mi madre— no era alguien quien me inspirara confianza y jamás me permití confiar en alguien que no fuera Annette —y mi hermano sin darme cuenta— en toda mi vida, por eso jamás nadie entró a mi vida. Había quizá algo particular en mí que me hacía ser como era, pero yo podía cambiar eso si quería… sólo que nunca había querido hasta ahora, porque nunca me di cuenta de que las personas como mi hermano, por más que parecen inseparables, por más que parece que siempre estarán ahí junto a ti, toda tu vida, no lo están… y sin esas personas me iba a quedar sola si no hacía algo.
Sola.
Lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos nuevamente, mientras esos pensamientos seguían rondando los rincones de mi mente. Nunca me había dado cuenta de lo mal que me sentía al encontrarme tan casi totalmente sola en el mundo… pero ahora que me daba cuenta planeaba cambiarlo, poco a poco…
Así me quedé dormida con las luces encendidas, aún con el vestido de negro de gala que me había puesto para la boda de mi madre, con el cabello recogido en un peinado elegante. La cálida oscuridad de mis sueños me envolvió lentamente, sin darles tiempo a mis lágrimas para cesar, o sin darme tiempo a mí para darme cuenta de que ya habían cesado.

Era aún de noche cuando desperté. Las luces del cuarto estaban apagadas. Busqué a tientas en la cama mi celular para ver la hora, pero recordé entonces que mi celular probablemente seguía en la maleta, ya que era de las cosas que menos ocupaba. El peinado extravagante que me había hecho la estilista para la boda me daba dolor de cabeza, así que me senté en la cama y lo deshice como pude. Al sentarme fue que me percaté, con el rabillo del ojo, de una silueta oscura en la habitación, cerca de la puerta cerrada. No estaba sola.
No dejé que se notara que me di cuenta de ello, simplemente seguí deshaciéndome el peinado, tratando de aparentar que no había visto nada, pero sentí mi pulso y mi respiración agitarse silenciosamente, mientras un sudor frío empezaba a formarse en mi nuca y la temperatura de mis manos se tornaba helada. Volví a echar un vistazo con el rabillo del ojo, pero la silueta que creí haber visto ahí desaparecido…
Tragué saliva y me levanté lentamente de la cama. Encendí una de las lámparas que estaba encima de una de las dos mesas de noche que se encontraban una a cada lado de mi cama. Comprobé entonces que la habitación estaba vacía, excepto por mí.
Me puse nerviosa y salí de mi habitación descalza, planeando encontrar la habitación de mi hermano y quedarme ahí con él —cosa que jamás había hecho, pero era la primera vez que me sentía tan aterrorizada—. Caminé por el oscuro y silencioso pasillo, buscando una puerta, pero no llegué muy lejos antes de que una voz conocida y aterradora hablara.
—¿Qué hace despierta a estas horas, Alex? —me llamó Jack, quien se encontraba justo detrás de mí. Lo reconocí sólo por su voz, puesto que su cara resultaba invisible en la penumbra del pasillo.
—Tuve pesadillas —respondí, imprimiendo la mayor fuerza posible a mi voz. No quería demostrarle lo intimidada que me sentía, aunque seguramente ya lo sabía.
—Oh, si quieres puedo hacerte compañía para hacer que tus malos sueños se alejen —se ofreció con voz amable y aterciopelada.
—No, gracias. Estoy buscando la habitación de mi hermano ¿sabes dónde está?
—Alex, Alex, Alex… Mejor no molestes a tu hermano, está muy cansado después de la larga fiesta; mejor permíteme acompañarte en su lugar, de cualquier manera tú y yo ya somos de la misma familia ¿no? —dijo, mientras se acercaba a mí.
Me petrifiqué hasta que Jack rodeó mis hombros con su brazo y me guió de vuelta a mi habitación. Cuando llegamos, respiré profundamente y me metí a la cama, mientras Jack tomaba asiento en una de las sillas que rodeaban la mesa redonda que se encontraba en una esquina del cuarto. Sus ojos grises, en la luz baja de la lámpara de noche, brillaban plateados, como los de un gato. No sabía que los ojos de las personas podían brillar de aquella manera.
—Así que dime ¿qué tipo de pesadilla tuviste? —preguntó.
—Oh… Hm… en realidad creo que ya la olvidé —mentí, aclarándome la garganta.
—Hm… No confías en mí ¿cierto? —dijo, mientras se levantaba de la silla y se acercaba hasta el lecho. Sentí mi pulso acelerarse y un sudor frío recorrerme la nuca cuando se sentó en el borde de la cama—. Alex, de verdad que soy una persona muy amable, no tienes por qué tenerme miedo.
—No te tengo miedo —respondí con voz ahogada. Mi garganta estaba seca.
Esbozó una media sonrisa y después extendió su mano por la cama hasta tomar la mía. Ahogué un gritito de sorpresa; no pareció notarlo.
—¿Entonces me vas a decir que esta es la temperatura normal de tus manos? —dijo. Mis manos se habían tornado frías, otra vez…
—Es sólo que me pones nerviosa —mentí.
—¿Nerviosa? —preguntó, levantando las cejas con inocencia, aunque noté (o imaginé) cierto sarcasmo burlón en su expresión.
Bajé la vista y crucé mis brazos sobre el pecho para retirar mi mano de la suya.
—Ya estoy bien, creo que será mejor que regreses a tu cuarto, Jack.
Sonrió.
—Me agradas, Alex. Espero que podamos llevarnos bien porque a partir de ahora viviremos juntos, espero que pronto te acostumbres a mí. Trataré de no ponerte nerviosa… —dijo, me miró con ojos de inocencia y de disposición, después apoyó una rodilla en la cama y se acercó hasta mí, hasta poner su cara a centímetros de la mía—… ¿de acuerdo?
Tragué saliva y asentí, entonces me dio un beso en la frente que fue de lo más extraño.
En cuanto salió de la habitación me sentí inmediatamente más cansada, casi sin poder mantener los ojos abiertos. Me dormí instantáneamente.


La continuación estará en el blog el 6 de febrero (había olvidado específicar ^^')

domingo, 23 de enero de 2011

Capítulo 1

Hilos de luz se colaron a través de las cortinas cerradas de la habitación en la que me encontraba y dejaron ver motas de polvo. Estaba casi totalmente a oscuras. Las cortinas color rojo vino, de terciopelo, gruesas, cubrían en su totalidad los ventanales del alto de la pared que se encontraban en el comedor de la mansión del señor que, en menos de dos días, se convertiría en mi padrastro.
Era rico, aunque yo no me sentía afortunada. Yo no le importaba a mi madre, a mi hermano, a mis primos o tía, a mi abuela… así que mucho menos a ese señor que aparentaba todo lo contrario a indiferencia. Si algo había aprendido a lo largo de mi corta vida de dieciséis años era a no confiar en nadie, porque nada es lo que parece y nadie es lo que aparenta ser.
No me di cuenta de cómo había llegado a donde estaba, sólo recordaba haber vagado sin rumbo por los pasillos cuando me dejaron sola en la sala para ir a buscar a mis nuevos hermanastros y ahora me encontraba en el comedor sin tener la menor idea de cómo regresar a la sala.
La mesa era de madera oscura, larga como sólo lo era en las mansiones viejas. Pasé mis dedos por la superficie y me di cuenta de que estaba llena de polvo, como si no la hubieran usado en mucho tiempo.
El suelo era de alfombra, combinaba con el color de las cortinas. Me acerqué a una de las múltiples ventanas y entreabrí la cortina para poder contemplar el vasto espacio del jardín marchito. Al parecer la mansión había estado abandonada por bastante tiempo, eso me agradó. Me gustaban los lugares viejos, que escondían misterios.
Empecé a escuchar pasos acercarse desde la puerta que daba con el pasillo por el que había llegado hasta ahí.
—¡Alex! —me llamaban voces distantes; no supe si responder o no. Por un momento la idea de vagar sin rumbo por los pasillos oscuros y desolados de aquella mansión me pareció infinitamente tentadora.
“¡Qué más da!” pensé decidiendo dejarme perder en la oscuridad del caserón, ya que de cualquier manera no era como si realmente a alguien le importara encontrarme, además, si lograba encontrar la salida, el hotel en el cual se hospedarían quedaba a menos de tres kilómetros. Me creí capaz de llegar a pié.
—¡Alex! —seguían llamándome con desesperación las voces, quizá más enfadadas que preocupadas. Reconocí la voz de mi hermano mayor y el único que tenía, Karl, la de mi madre, Estela, y la de mi futuro padrastro, George, pero había dos voces masculinas que no reconocí en el coro que cada vez se acercaba más.
Asumí que eran mis hermanastros, a los cuales no había visto ni en una foto. No recordaba ni sus nombres, supongo que era porque no me importaba en lo absoluto.
El sonido de los pasos se detuvo justo en frente de la puerta por donde yo había entrado.
—Tú revisa aquí, hay que separarnos —escuché la voz de George decirle a alguien.
No hubo respuesta auditiva. Lo siguiente que escuché fueron pasos alejándose y la puerta rechinar al abrirse.
Me escondí detrás de la cortina de terciopelo. “No pueden ayudar al que no quiere ser ayudado y no pueden encontrar al que no quiere ser encontrado” pensé.
La puerta se cerró y no escuché nada más. Me pregunté si no se habría quedado parada la persona justo en frente de la puerta. Me agaché y eché un vistazo, pero no había nadie en la habitación, al menos no a la vista. Sorprendida salí de mi escondite y miré alrededor. No había nadie…
Me encogí de hombros y me dispuse a entrar por cualquiera de las puertas con la que conectaba el comedor para explorar el resto de la mansión cuando repentinamente una voz que provenía de detrás de mí se deshizo del silencio sepulcral que había reinado desde que los pasos de la multitud se habían alejado.
—¿Así que tú eres Alex? —preguntó el chico alto y delgado que estaba recargado en la pared, justo al lado de la cortina en la que yo me había escondido.
Lo escruté con la mirada. La poca luz que había en la habitación no me dejaba examinar con total claridad su rostro, pero noté que sus ojos eran claros y su cabello era negro como el carbón. Tenía rasgos finos, o al menos así me dejaba entrever la oscuridad, tenía cierto parecido con George.
Asentí sin saber que emoción debía mostrar, aunque mi frialdad habitual seguramente saldría a la luz. Era casi imposible mostrarme cálida cuando el mayor ejemplo de calidez que alguna vez tuve murió cuando yo tenía cinco, llevándose consigo el cariño de mi madre y mi hermano.
La situación era complicada. Mi madre era huérfana y había sido adoptada por los Kennedy, mi padre, Josh, era hijo biológico de la familia Kennedy, junto con la tía Beth. El abuelo Josh, llamado igual que mi padre, había adoptado a mi madre cuando tenía diecisiete años, lo cual no le pareció nada bien ni a mi abuela ni a mi tía.
Efectivamente, como las mujeres de la familia pensaban, el abuelo tenía dobles intenciones para haber adoptado a mi madre a tan avanzada edad. Abusó de ella, la convirtió en su prostituta personal, pero en lugar de ponerse en contra del abuelo, mi tía y mi abuela dirigieron su odio a mi pobre madre, que en secreto se desahogaba con mi padre.
Terminaron enamorándose y escapando juntos, lo cual hizo que mi abuela y mi tía la odiaran aún más. Un año después de su escapada, mi padre recibió una llamada de la abuela, que le informaba que el abuelo Josh había muerto y le había heredado toda su fortuna a mi madre.
Ella, por supuesto, no quiso ni un quinto de ese dinero y se lo regreso todo a la abuela y a mi tía.
Mi hermano nació cuando mi madre tenía veinte, y yo dos años después. Cuando mi madre cumplió los veintisiete años de edad mi padre sufrió un infarto al corazón. Mi madre calló en depresión, e intentó suicidarse una semana después de la muerte de mi padre, así durante todo ese año estuvo encerrada. Estuvimos, mi hermano y yo, al cuidado de una de sus amigas mientras ella estaba en un hospital psiquiátrico en recuperación. Al salir ella ya no era la misma que fue, sino una persona fría cuyo interés se había concentrado en su totalidad en el dinero y los placeres que este podía ofrecer. Había decidido desechar el amor y convertirse en una maldita.
Mi padre se llevó con él todo el cariño que podía ofrecer mi madre, él fue la única persona a la cual ella amó…
—¿Te estabas escondiendo? —preguntó burlón el chico, regresándome al presente.
—En realidad me perdí —dije sin mostrar ninguna emoción en la voz.
—¿Detrás de la cortina?
—Sí, estaba viendo el  jardín.
—Ya veo —dijo bajando la mirada, ahora escrutándome él a mí—. No te pareces en nada a Estela.
—Lo tomaré como un cumplido —dije.
Mi madre era hermosa, tenía el pelo castaño oscuro, ojos verdes y labios delgados, además de una figura escultural, pero yo tomé lo que dijo más bien en un plano emocional y no físico, aunque físicamente también éramos muy diferentes. Mi cabello era rubio, mis ojos azules y mis labios carnosos. Yo era la viva imagen de mi padre, aunque en mujer.
El silencio volvió a apoderarse de la habitación.
—Tú y tu hermano parecen muy callados —dijo finalmente.
—Hm… —me limité a decir.
—Bueno… ¿qué te parece si regresamos con la familia? –preguntó.
—Aja —dije encogiendo los hombros.
Tragó saliva mientras lo seguía. Parecía haberse intimidado.
—¿Qué edad tienes? —preguntó mientras recorríamos los pasillos.
—Dieciséis —le respondí.
Volvió a haber silencio. Quizá esperaba que le preguntara su edad también, pero en realidad no me importaba en lo absoluto.
—Yo tengo la misma edad, pero en un mes cumplo diecisiete —añadió.
El silencio me parecía totalmente normal, hasta cómodo, pero podía sentir que el estaba nervioso. Gotas de sudor empezaron a escurrir por su cuello, se estremeció y se me escapó una sonrisa. Parecía un gato asustado, contraído, tenso… totalmente opuesto a quien me había preguntado hace unos minutos “¿Así que tú eres Alex?”. No lo culpaba, la gente solía tenerme un poco de miedo y perder gran parte de su seguridad en mi presencia.
Finalmente llegamos a la iluminada sala, después de haber recorrido un laberinto de pasillos oscuros. El chico sacó del bolsillo de su pantalón negro un celular y apretó botones, después lo puso a un lado de su oído y maldijo.
—No hay señal… —murmuró.
—No tengo idea de por qué tenían que mudarse a un lugar tan apartado de la sociedad —comenté.
La mansión estaba en uno de los lugares poco habitados de Los Ángeles. No tenía idea por el momento de donde nos encontrábamos, me había quedado dormida en el avión privado de George, así que me había perdido de la explicación que nos dio, además de que mi madre no se había preocupado en lo más mínimo por hacernos saber a mí o a mi hermano de cuál sería nuestro nuevo “hogar”, para ser totalmente honesta, mi madre casi no hablaba más que para decir “el desayuno”, “la comida” y “la cena”. En los últimos meses había pronunciado unas cuantas palabras más, sólo para decir “tengo un nuevo novio” y “me casaré en dos meses”. Sí, parecía tener un vocabulario limitado, pero lo cierto es que sólo era así con mi hermano y conmigo, porque con George se deshacía en sonrisas hipócritas… Yo dudaba que en su corazón hubiera espacio para otro amor que no fuera el amor marchito por mi difunto padre. Su muerte me parecía un agujero negro que succionaba el afecto por cualquier otra persona.
Sonará loco, pero creo que la entendía… no la justificaba, pero la entendía.
Por mi parte, parecía simplemente incapaz de mostrar algo que no conocía aún, o sea afecto. En algún lugar de mi mente había un par de vagos recuerdos de mi padre y los días felices que se llevó consigo, pero no era suficiente para llenar dieciséis años…
—Entonces supongo que tendremos que esperar aquí —dijo mi hermanastro.
—Así parece.
—¿No te molestó el haber tenido que mudarte hasta acá? Yo definitivamente me opuse, pero mi padre siempre hace lo que quiere —comentó de repente, después de treinta segundos de haber guardado silencio.
—En realidad me da igual donde viva siempre y cuando haya electricidad, agua potable, comida y una librería cerca —dije secamente. No estaba acostumbrada a conversar debido a que casi no hablaba en casa y debido a la perenne tristeza que acompañaba mi soledad, por un lado era como si ya me molestara hablar con la gente sobre cosas estúpidas como lo que sentía yo o sentían ellos. Si iba a hablar, prefería que fuera de algo útil o interesante como libros, arte, ciencias quizá (me gustaba aprender cosas nuevas), incluso historias de misterio y terror.
Se quedó callado nuevamente y se sentó en uno de los sillones que estaban en la sala, cubiertos todos de sábanas blancas. Yo hice lo mismo y me quedé observando la habitación vieja y elegante. Me preguntaba por qué George había decidido mudarse ahí, comprar una casa tan vieja… aunque era cierto que era elegante y enorme, pero podía hacer muchas casas más. Quizá después de todo el esposo que había elegido mi madre (o el que la había elegido a ella) era un ermitaño.
Después de veinte minutos de haber estado esperando a que volviera nuestra “familia”, llegó al fin mi hermano. Primero observó a nuestro hermanastro jugando con su PSP, y después me dirigió una mirada mí, una mirada llena de reproche.
—Alex, te hemos estado buscando por más de una hora. ¿Dónde te habías metido, idiota? Me estoy muriendo de hambre —se quejó mientras se dejaba caer a mi lado y sacaba su celular del bolsillo —. Agh… Odio esto, no hay señal en ningún rincón de esta estúpida casota.
—Eso no es mi culpa, y tampoco es mi culpa que te hayas saltado el desayuno… —reproché con indiferencia—… ¿Nuestros “padres” no están contigo?
Negó con la cabeza.
—Pero no deben tardar, quedamos de vernos aquí en media hora en caso de que nadie te encontrara. Deberían estar aquí en unos cinco minutos…
—¿Y si tardan más?
—Si tardan más yo me largo —dijo de repente una voz masculina que provenía de detrás de nosotros. Giré mi cabeza para ver de quién se trataba y me encontré con un chico con cabellos oscuros, una mirada penetrante de ojos grises y rasgos finos. “Mi otro hermanastro” advertí por el parecido que guardaba con el otro chico y George.
—¿Y adónde piensas ir? —preguntó la voz de su hermano, que seguía metido en la pantalla de su juego.
—El hotel no está muy lejos para ir caminando. —Parecía malhumorado.
—¿Dos kilómetros y medio? —replicó el otro.
—No te estoy diciendo que vengas conmigo —cortó, después miró impaciente su reloj—. Yo también estoy muriendo de hambre.
—Si no llegan yo iré contigo —dijo Karl levantando la mano—. Me siento famélico.
No planeaba decirlo, pero también me iría. Estaba aburrida y no había logrado encontrar la biblioteca de la mansión, que había sido mi punto inicial de búsqueda. Me intrigaba pensar en qué libros viejos podría tener aquella mansión de antaño.
Pero ninguno de los planes que hicimos —ni hablados, por su parte, ni mentales, por el mío— llegó a hacerse realidad, porque mi madre y George aparecieron tres minutos después de que el hermanastro que parecía el mayor —el de ojos grises y que no jugaba con el PSP— se ensartara en una plática de comida con Karl.
—¡Alex! —gritó mi madre—. ¿Dónde te habías metido? Perdimos todo este tiempo buscándote.
—Lo lamento —dije sin lamentarlo realmente.
—Como sea… ¿Podríamos irnos ya? —preguntó Karl en tono de súplica.

Salimos al fin de la mansión y el día era soleado afuera, como casi todos lo días en Los Ángeles, aunque la carretera estaba ensombrecida por los altos árboles que la bordeaban.
Tardamos tan solo unos quince minutos en recorrer el camino de la mansión al hotel en el auto, y una vez allí cada quien se metió en sus cosas. Mi hermano y Jack —mi hermanastro mayor, cuyo nombre había descubierto después de haberlo escuchado un par de veces en la boca de George, al igual que el de Derek, el menor—, se retiraron juntos a comer a uno de los restaurantes del hotel. Yo fui a la tienda de recuerditos, a ver si vendían libros. George y mi madre se fueron a atender los asuntos de la boda, que sería en el jardín de la mansión que acabábamos de visitar, y no escuché el plan de Derek, aunque no era que me importara tampoco.
Después de haber dado mil quinientas vueltas al hotel en busca de una librería decente donde poder comprar un libro y largarme al mundo que describiera el escritor en este, me rendí, ya que no podía encontrar algo de ciencia ficción o misterio —mis géneros favoritos—. Me retiré al cuarto del hotel y al entrar me encontré con Derek acostado a una de las dos camas matrimoniales del cuarto, concentrado viendo el techo, del que sólo despegó la vista cuando yo cerré la puerta detrás de mí al entrar.
Me acerqué a la cama opuesta a la que él se encontraba, tomé el control del televisor y lo encendí, buscando algo interesante o mínimo divertido.
—¿A caso te gusta ver la televisión? —preguntó repentinamente el chico, con un tono de intriga en la voz.
—A falta de algo más que hacer… —me encogí de hombros, fingiendo concentrarme en el canal que había elegido, en el que pasaban un concurso de preguntas y respuestas.
—Podríamos conversar. A mí tampoco me gusta mucho la televisión —sugirió, en un tono de voz que clasifiqué como seductora.
—¿Coqueteando con tu hermanastra? —pregunté sonriendo burlona y mirándolo repentinamente—. No estoy interesada en ti, sólo te lo advierto para que no pierdas tu tiempo conmigo.
—No estoy coqueteando contigo —negó con voz tranquila, aunque noté un ligero rubor en sus mejillas—, es simplemente que estoy muriendo de aburrimiento y me has parecido interesante, eso es todo.
—Podemos conversar, pero todo depende de qué gama de temas me ofreces. Si me parece interesante continuaré conversando contigo, si no, prefiero ver televisión. ¿Estamos?
Asintió y después sopesó lo que diría por unos instantes.
—Mejor tú dime de qué te gustaría hablar —recomendó.
—De nada, yo quiero ver televisión —corté.
Suspiró y se echó a reír.
—Eres divertida, Alex.
—Qué lástima no poder decir lo mismo de ti, Derek.
Sonreí para mis adentros. Me comportaba hostil por costumbre, pero en realidad me empezaba a agradar su respuesta ante mi comportamiento; sus reacciones eran algo entre lo poco convencional y lo típico.
—¿Te parecería bien si habláramos entonces de qué es lo que te gustaría estudiar en la universidad?
—Me parece aburrido. ¿Qué tal si hablamos de historias de terror? ¿Conoces alguno de la casa en donde vamos a vivir a partir de ahora?
—¿Así que te gusta el terror? —preguntó alzando la cejas.
—Más bien el misterio —corregí.
—No pareces una chica gótica en lo absoluto, pareces más bien del tipo porrista —dijo observándome.
—Y al parecer la conversación se acabó antes de empezar, así que vuelvo al televisor —dije, dando por terminada la plática con aquél comentario.
Derek se echó a reír y abrió la boca para decir algo, pero justo en ese momento la puerta del cuarto se abrió y entraron Jack y Karl, enzarzados en una plática sobre el “Código Da Vinci” y algo sobre escribir un libro con un misterio de ese tipo.
—Así que aquí están nuestros hermanitos —dijo Karl, sin trazo de felicidad en la voz, sólo indiferencia.
—¿Qué hacen? —preguntó Jack mientras se despatarraba en la cama junto a Derek.
—Yo veo tele —contesté.
—Yo trato de averiguar qué tipo de persona es ella. Es divertida, pero hostil… ¿o más bien hostil pero divertida?
—Oh… que interesante —dijo mirándome—. Parece que te gusta ¿no es así?
Jack le dedicó una mirada divertida a Derek, que alcancé a ver con el rabillo del ojo. Derek puso los ojos en blanco y lo siguiente que hizo fue levantarse de la cama y salir de la habitación.
—Así que Alex… ¿Tu nombre completo es Alexandra?
—Alexia —corregí.
—Lindo nombre —comentó con una sonrisa en la voz.
Yo seguía con la vista clavada en la pantalla, pero podía sentir su penetrante mirada en mi rostro. Ese chico —y esto es algo realmente extraño en mí— me provocaba algo de miedo.
—Es ese tipo de personas que ignora a otras personas —le advirtió mi hermano, mientras sacaba un libro de Stephen King de su maleta y se acomodaba en la cama, disponiéndose a leerlo—, así que a menos de que le hables de algo que le interese es posible que no te hable. Sólo te advierto que es muy directa, así que si no le agradas lo notarás en seguida.
—Pues yo soy del tipo de personas que disfruta de molestar a otras personas, especialmente si tienen el tipo de características que tiene esta chica fría. Así que si no le agrado como si sí, me da exactamente igual. Estoy seguro de que nos podremos divertir juntos —dijo, con voz aterciopelada en la última frase.
Respiré profundo y luego le dediqué una mirada a sus ojos grises, que parecían puñales si se los miraba por mucho tiempo. Jack no me caía mal, a pesar de que me daba un poco de miedo, en realidad me parecía una persona algo intrigante, como un personaje de libro de misterio o terror, había algo familiar en él.
Después de haber cruzado miradas por diez segundos sin pestañear, un escalofrío recorrió mi columna, lo cual hizo que él se echara a reír. Yo, irritada por lo patética que fui, me levanté de la cama y me dirigí a la maleta de mi hermano; empecé a hurgarla en busca de algo para leer.
—¿Qué se supone que haces? —me dijo al ver que estaba metiéndome con sus cosas.
—Tomar prestado un libro. Prometo cuidarlo bien, palabra de Scout.
Entornó los ojos y siguió con su lectura, mientras yo tomaba un libro al azar; lo único que quería era salir de la habitación y dejar de estar en presencia de Jack.
Al salir no vi que Jack me mirara, pero de alguna manera sentí su pesada mirada en mi espalda, como un aguijón clavándose de forma sutil y nada dolorosa, pero de manera molesta, muy molesta…

Continuará en el capítulo 2